Cuando escuchamos la palabra “soberanía”, muchos la repiten como si fuera un mantra, pero pocos realmente se sientan a pensar qué significa. En términos sencillos, la soberanía no es más que ser los dueños de nuestra tierra, de nuestras decisiones y de nuestros recursos; es como cuando en tu casa tú decides quién entra, qué se hace y cómo se maneja tu hogar. Así de simple.
Ahora, llevémoslo al caso del Canal de Panamá, que conecta océanos; no es solo una obra de ingeniería, es un símbolo de nuestra lucha, nuestro sudor y, claro, nuestra soberanía. Antes, otros lo manejaban, pero desde 1999 es 100 % nuestro.
Entonces, ¿por qué tanto alboroto cuando alguien como Donald Trump viene a criticar las tarifas que cobramos por su uso? Bueno, porque muchos sienten que, aunque el Canal es nuestro, los beneficios no siempre llegan donde deberían. Si el Canal genera miles de millones de dólares, ¿por qué nuestros hospitales, escuelas y calles no se ven como si fuéramos de primer mundo? Es una pregunta válida, y como panameños tenemos el derecho de exigir que esos fondos se usen mejor.
Pero, aquí viene el otro lado de la moneda: la soberanía no es solo decir “esto es mío”. También implica responsabilidad. Eso nos lleva a otro punto importante: la unidad. Cuando debatimos sobre el Canal, no podemos quedarnos en el típico “¡que viva la soberanía!” mientras ignoramos los problemas reales. Si queremos que el Canal sea un verdadero orgullo nacional, tenemos que asegurarnos de que sus frutos se traduzcan en calidad de vida para todos los panameños, no solo para unos cuantos.