• martes 13 de diciembre de 2011 - 12:00 AM

Intereses políticos vs. intereses politiqueros

Según la visión oficial, este Gobierno responde ‘al pueblo’ y sus opositores responden a intereses particulares. Este eslogan publicitar...

Según la visión oficial, este Gobierno responde ‘al pueblo’ y sus opositores responden a intereses particulares. Este eslogan publicitario oculta una gran verdad, y es que la política es una lucha desigual de intereses y el hecho de que el Gobierno reparta una bolsa de comida comprada con fondos públicos, queda identificado con los dolores del sufrido pueblo panameño. El desconocimiento de esta realidad, divide a la masa en dos grandes grupos: el primero y minoritario, que al adquirir conciencia de su deplorable condición social, se convierte en enemigo jurado del sistema. El segundo y mayoritario, que solo es capaz de asumir posiciones inspirado en las pasiones y emociones que en los procesos electorales, le transmiten los candidatos. Por eso es que en democracia son válidos todos los recursos que permitan mantener a las mayorías en este estado de trance, por tratarse de una condición necesaria para la salud del sistema electoral. Salvo pocas excepciones, nuestros líderes y dirigentes políticos simpatizan con este esquema, con lo que se inmoviliza a las masas, haciendo remota la realización de sus reivindicaciones sociales más elementales.

En el cálculo del politiquero es peligroso abrir los ojos a las masas, pues sabe que en la ignorancia estas se muestran complacidas de recibir de ‘una mano amiga’, salud, educación y vivienda, en la cantidad y calidad justas para que sobrevivan. Esta es la máxima debilidad de la democracia, pues nadie puede abrogarse el derecho a decidir en nombre de las mayorías sus necesidades e intereses esenciales ni de tomar en solitario las decisiones que estima beneficiosas para aquellos.

Por el contrario, fortalece la democracia el deber de sacar al pueblo del mundo de oscuridad, preparándoles en el arte de decidir, de acuerdo con sus intereses, eliminando de paso esa intermediación malsana entre el Estado y el ciudadano. Para alcanzar ese nivel de libertad, el ciudadano marginado debe recuperar la creencia originaria de que es una criatura digna para vivir; que debe ocupar con dignidad su lugar en la sociedad como ciudadano y como ser humano; que todo lo que sea capaz de crear con sus manos o con sus ideas tiene un incalculable valor; que es digno de vivir, y que está dispuesto a dar la vida por sus creencias de ser necesario. De seguro que gobernarán los mejores, pondremos fin al capricho o la improvisación del gobernante, y de una vez por todas prescindiremos de esa clase de dirigentes, que solo logran sobrevivir a merced de la ignorancia de los pobres.

EL AUTOR ES ABOGADO

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