- viernes 22 de noviembre de 2019 - 12:00 AM
Una vez el sol despertaba las mañanas en aquellas casas de madera vieja, Che-be-Cha se sentaba en un pequeño escalón, junto al portón de caoba del bar de Lim Yau, en espera que levantara los pesados aldabones para darle paso a los primeros parroquianos.
Vivía en un barrio que compartía historias con uno de los mares que permitió que fuera realidad el Canal. Y aunque no pescaba como los vecinos de su época, distinguía con facilidad las especies marinas que formaban parte de la dieta diaria de un entorno de fiesta y trifulca.
Sus caminatas eran notables y tenían como escenario el paseo junto al mar, en donde se veían grafittis en recuerdo y rechazo a la invasión estadounidense de 1989. Lo recorría todas las mañanas como un hábito existencial necesario, a veces con el sol a sus espaldas o con la brisa que parecía arrastrarlo de un lado u otro.
Se había jubilado en la Contraloría, como mensajero. Le tocaba llevar cartas de nombramientos y destitución, con órdenes estrictas de no abrir el sobre, cuestión que en mas de dos ocasiones desatendió sin levantar sospechas.
Tras su retiro, continuó lo que hacia los fines de semana cuando estaba libre de labores como funcionario: subir periódicos a los caserones, cargar cilindros de gas o bien llevar envases con sopa de marisco o pollo, tan calientes que se veía el humo salir de la mochila donde los ponía.
La afición cultural de Che-be-cha era leer todos los días todos los diarios. Asumía la imagen de un tribuno romano: cabello entrelazado dirigido hacia la frente, formando líneas que se bifurcaba. Ojos y entreceño daban la impresión que se disponía vetar una ley imperial.
Los periódicos eran de lectura gratuita en el bar ‘El Porvenir de Lim Yau', un hijo de emigrantes cantoneses quien abrió, en 1920, ese sitio de bebidas y comidas en el barrio obrero de El Chorrillo. Desde allí, se podía mirar al Canal que une las Américas.
Cuando Che-be-cha iba por el tercer diario, tras dedicar dos horas de lectura por publicación, gritaba así: —¡Una chebechachica!—.
Concentraba su mirada sobre recuadros, fotografías, filetes, negritas, tramados, clasificados, repasaba todo mensaje. Todos cuestionaban su necio hábito. Permanecía concentrado en la lectura sin expresar perturbación.
Su particularidad era pronunciar (de él se decía que creía en su significado) la c como che. Para él la r no existía, la v era sustituída por b. La z y a, cuando iban unidas, las convertía en cha.
Lim Yau recibe un diario en mandarín. Presuroso, Che- be -Cha lo toma como propio. Lo abre, lee.También lo acapara. Un recuadro y una gráfica destaca el pensamiento de su autor: ‘Confucio, dijo a Teng Meng Tsa:
‘No me preocupa que los hombres no me conozcan, me preocupa no conocer a los hombres".