Señora Adelaida: 99 años de vida como un roble
- martes 05 de diciembre de 2023 - 12:00 AM
Corría el año 1924, cuando en un pueblito de Santa Fe de Veraguas llamado El Pantano, compuesto por no más de 15 casas distantes unas de otras, vino al mundo Adelaida Manzana, “Doña Laya”, para todo el mundo, para mí “mi querida vieja”.
Una señora de naturaleza tierna, pero firme en su carácter y templada en la lucha por criar a sus hijos (mis hermanos 5, en total) Nelly, Luis, Rodrigo y “Tacho”, y que hoy somos lo que somos, por el esfuerzo, cuidado y perseverancia de una mujer, que nació al final de la primera guerra mundial y su juventud transcurrió en pleno desarrollo de la segunda, con los alemanes al frente y vivió la alegría de la derrota Nazi.
“Sabes hijo, cuánto quisiera saber de tu tía Leticia, pero desde que ese alemán se la llevó, ni más”, solía decirme, algunas veces, refiriéndose a una hermana que no conocí, y se enamoró de un alemán que en pleno enamoramiento fue llamado a la guerra. Jamás volvieron.
La vida de mi madre está llena de vicisitudes, pero también de enseñanzas y valores. No fue una persona académicamente instruida, ya que, en la década del 30, no había suficiente cobertura escolar ni centros de educación y mi madre tuvo que repetir tercer grado varias veces, porque no había más promoción allá en el campo y ni siquiera pensar en emigrar.
Recordando esta fase de su vida, a la luz de una taza de café “negrito”, me dijo “tú sabes que si yo cuento los años que repetí tercer grado para no quedarme bruta, creo que ya yo tengo el título de Universitaria”.
Abrumada por la situación económica de la familia, un día, con mucho dolor en el alma, tomo la decisión de abandonar “El Pantano” de sus amores, y se trasladó a la ciudad. Una vez instalada con un mínimo de comodidades “mandó a buscar” a mis hermanos y después de último en ese “desplazamiento” me tocó a mí, a la edad de 8 años. De allí en adelante, el barrio de Perejil, todavía guardan las huellas de nuestros pasos, al decir de Amelia Denis.
En estos avatares de la vida mi madre podía permitir todo, menos que nos acostáramos “sin haber comido” y por eso en compañía de su compañero de siempre “Papa Lan” en alusión al nombre Julián, nos proporcionaron lo mínimo siempre.
Lo anterior exigió ejecutar labores como planchar, limpieza de apartamentos en el edificio donde vivíamos, cuidado de personas de avanzada edad, y lo que ella denominó “mi actividad económica principal”: vender números de lotería no oficial. Todavía recuerdo que yo era su “socio” o “cómplice del negocio”, porque anotaba los números en dos libretas pequeñas de bolsillo, de color rosado y celeste, los iba a cobrar y también a “pagar” a quienes había ganado.
El tiempo pasó, todos los cinco nos hicimos hombres y mujeres de bien gracias a “doña Laya”, nos educamos, hicimos familias y le dimos la felicidad de una veintena de nietos y bisnietos.
Hoy cuando me pide que le “saque las canas” como queriendo recibir una “retribución” por tanto sacrificio, le juego una broma y le contestó “mejor te saco las negras que son menos”. Y me riposta erguida como un roble “respétame que soy tu madre”. El otro año, arriba a 100 años vida, esperando tenerla como ese faro de luz, que se resiste a apagarse para alumbrar a toda su familia. En nombre de mis hermanos, gracias por habernos permitido compartir este testimonio de vida. Felicidades.