El otro rostro del 8 de marzo
- martes 10 de marzo de 2020 - 12:00 AM
Millones de mujeres alrededor del mundo son agredidas física y psicológicamente. Las víctimas, en muchos casos, soportan y ocultan el maltrato por años tal vez por miedo, dependencia o amenazas.
Panamá no está exenta a esa realidad. Este domingo, cuando en el mundo entero se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, bajo el lema ‘Soy de la generación igualdad: por los derechos de la mujer', en algún hogar panameño una mujer junto con sus hijos pudo haber pasado por la peor de las pesadillas o enfrentar un proceso por maltrato, en medio de un sistema judicial que debe protegerlas, pero las pone contra la pared.
La historia de Delissa Zujey Fernández Acosta, licenciada en Administración Industrial de la Universidad Tecnológica de Panamá, es uno de esos casos de violencia doméstica que se reportan casi a diario en las fiscalías de familia y en casas de paz.
A Delissa el rostro se le inunda en lágrimas cuando recuerda la violencia física y psicológica por la que atravesó durante 18 años en una relación que tuvo 8 años de momentos felices y tres hijos: un niño de 10 años, una niña de 8 años y otra de un año y seis meses. Según Delissa, los celos obstinados empeoraron la personalidad ofensiva y agresiva del hombre.
En 2017, el maltrato pasó de lo verbal a lo físico. ‘Era una hora avanzada de la noche, mis hijos dormían, discutimos él se irritó me empujó y me caí. A los días se disculpó. Yo pensaba que él me insultaba, pero me amaba', contó. Tal vez por provenir de un hogar disfuncional, en que la autoridad solo la ejercía una sola persona, influyó en la personalidad del padre de sus hijos, comentó la mujer de 44 años de edad.
Durante los años de maltrato verbal, Delissa pensó en denunciarlo, pero desistió. ‘Las autoridades no me iban a creer', pensaba. Y, a pesar de que la relación estaba resquebrajada, dio a luz a su hija más pequeña el 22 de septiembre de 2018. La llegada de un nuevo miembro a la familia no cambió en nada el panorama. En los insultos salían a relucir palabrotas como: ‘zorra, prostituta, sin mi tú no puedes seguir adelante' fueron afectando en lo más profundo la autoestima de ella. ‘Para mí, él estaba por encima de todo, él me llamaba y dejaba pendientes por complacerlo, pensaba: él es el padre de mis hijos, lo amo'. Hizo que me alejara de mis amistades de juventud, me celaba con mis amigas, no quería que saliera con ellas o las llamara.
Renuncie a mi trabajo por los celos que tenía él hacia mis compañeros. La mujer, visiblemente afectada durante la entrevista, dijo que trataba de comprenderlo, hasta que comprobó lo que sospechaba: la existencia de una tercera persona, a quien su pareja le alquiló un apartamento.
El año pasado él se ausentó un mes del hogar supuestamente por asuntos laborales, pero se hizo costumbre. La tormentosa relación de celos, engaños y desconfianza continúo. El 1 de febrero, la pareja organizó un paseo familiar a un hotel de playa en Penonomé. Todo transcurría con normalidad hasta cuando cayó la noche y todos estaban en la discoteca y Delissa, una mujer alta, blanca, de cabello corto que delinean su rostro, decidió bailar y disfrutar. Nunca pensó que al regresar a la habitación, el padre de sus hijos la manotearía, empujaría contra la pared y le pegaría con un objeto contundente en el brazo. ‘Yo no voy a seguir así, no voy a aparecer en primera plana de los periódicos como una estadística más por femicidio'. Tras una semana del hecho en el hotel de playa, la afectada interpuso la denuncia.
El 7 de febrero, acudió al Instituto Nacional de la Mujer, donde fue acogida, orientada y le entregaron una nota que Delissa llevó a la Fiscalía de Familia y presentó la denuncia por violencia doméstica.
Medidas de protección
En la fiscalía, Delissa explicó su historial de maltrato y lo acontecido en el hotel de playa. Fue escuchada en la Unidad de Atención y Ayuda a las Víctimas, el fiscal decidió aplicar nueve medidas de protección, entre ellas: alejamiento, desalojo y ayuda psicológica a ambos (al agresor y a ella por víctima). Diez días después de la agresión física, los golpes permanecían visibles, por lo que Medicatura Forense concluyó que fue con un objeto contundente. El proceso se remitió a Penonomé.
La mujer pensó que su pesadilla había terminado, pero entraron en escena la suegra y su excuñada, quienes solicitaron boleta de desalojo en la Casa de Paz de Ernesto Córdoba Campos, el 12 de febrero de 2020. La residencia donde vive Delissa con sus hijos, en la que invirtió una herencia de 30 mil dólares en remodelaciones, es de su suegra, quien nunca cumplió la promesa de traspasar la propiedad a sus nietos.
Este caso se abordó el 3 de marzo en una audiencia, en la referida Casa de Paz, donde tras escuchar a las partes, según relata Delissa ‘yo no debería decir esto antes, pero lo que precede es el desalojo, esa será mi decisión'. La ley estipula 30 días en estos casos, por lo que la afectada está en espera del resuelto.
‘Yo me quiero morir'
El informe de la Unidad de Protección y Asistencia a las Víctimas de la Fiscalía de Familia señala que los menores son víctimas de maltrato infantil en segundo grado, afectados por la figura paterna. La niña de ocho años se dormía en la escuela, por lo que la madre tenía que recogerla antes del horario de salida. En una ocasión la pequeña escribió: ‘Yo me quiero morir'. Tras esta situación, Delissa buscó ayuda y, actualmente, ella y sus hijos, son atendidos por el psicólogo René Mendieta en Udelas.
En medio de esta turbulencia, Delissa y sus hijos siguen en la casa de su suegra con miedo y las amenazas de desalojo situación que afecta a los menores.