- martes 12 de agosto de 2025 - 12:00 AM
La Plaza 5 de Mayo es un hervidero de gente que diariamente les vemos caminar acelerada en distintas direcciones, con el corazón lleno de esperanzas, para enfrentar los restos del nuevo día. Así transcurre de costumbre, el despertar en los arrabales capitalinos, A pesar de que los transeúntes saben que por allí cerca, está la sede del Palacio Legislativo; el corazón y motor institucional de la democracia panameña, algo les hace dudar que los augustos (as) ciudadanos (as) que allí debaten, tomen es serio su compromiso de atender los graves sociales que aquejan a los panameños (as).
En esto hay algo que no me cuadra. Se supone que unos y otros deberían actuar en total conexión, sólo que cuando se discuten leyes relevantes, se evita involucrar a los ciudadanos, porque atender los problemas colectivos, no son prioridad en el hemiciclo. ¿Y cómo puede desarrollar un país que vive bajo semejante desorden institucional? Simplemente porque de a milagro no han habido explosiones sociales prolongadas.
La experiencia más reciente lo fueron las elecciones legislativas de su Junta Directiva, cargadas de sorpresas y sospechas, que pasaron desapercibidas para los ciudadanos de a pie. Y seguidamente, las designaciones de las Comisiones Especiales Legislativas se convirtieron en noticia nacional “el enredo” que ese asunto creó. En honor a la verdad las trifulcas y escándalos legislativos, desde hace buen rato, ya perdieron importancia para las mayorías.
La falta de puentes entre la Asamblea y la comunidad, pone en entredicho la fuerza de nuestra democracia. Es decir que para el lego o el letrado, las leyes producidas en Panamá carecen de legitimidad política, pues no son expresiones soberanas de un pueblo representado por HD escogidos para legislar. Los Diputados lo perciben como algo normal, y en caso de que alguno de esos caminantes de la 5 de mayo resulte “respondón”, no tienen de qué preocuparse, pues aunque no “les pararán bola”, regresarán sonrientes tocando a sus puertas rogando por el voto, ofreciendo a cambio las mismas viejas promesas de pasadas campañas, para terminar legislando siempre en favor de los poderosos.