El peligroso hábito de sabérselas todas, no es más que una distorsión de la personalidad, producto de complejos y resentimientos reprimidos. El concepto de la verdad absoluta posee muchas aristas y variables que intervienen dentro del proceso analítico y cognitivo, enmarcados dentro del contexto, la perspectiva y las creencias de cada ser humano.
Pararse frente al micrófono y concluir que la verdad absoluta es la voluntad expresa de un solo individuo, dista mucho del liderazgo que requieren los gobernantes durante esta etapa que atraviesa la humanidad. En toda transición ocurren factores de fuerza y resistencia que procuran el dominio de quien ostenta el poder y se aferra a él.
Las transformaciones llevan su tiempo, más aún, cuando las mismas son impuestas a la fuerza. Los cambios de conducta y los patrones de hábitos resultan esforzados a la hora de que se intentan establecer de forma autocrática, sin que medie la más mínima intención de diálogo civilizado.
Cuando una persona con avanzada edad y una cuota importante de poder, intenta imponer su criterio sobre los demás, no hace otra cosa que alimentar su propio ego, debido a que lo más probable es que en los años venideros todo cambie. El legado de una persona se construye a largo plazo, no solo para que dure mientras se está a cargo del poder, sino para que perdure en el tiempo.
Si las bases de algo son impuestas, seguro, el que venga las cambiará por las que crea conveniente. Si se impone una ley, el que se comprometa a derogarla se ganará la simpatía. Es por eso, que es importante validar las decisiones y alcanzar los consensos necesarios para que sirvan como argumentos para sostener una idea a través del tiempo.
Toda reforma que no esté acompañada de validación y de acuerdos, deberá producir resultados inmediatos que comprueben su eficacia; de lo contrario, solo será letra muerta. El legado de un gobernante solo perdurará en el tiempo si su idea ilusionó y generó confianza.