Un día sí, y los demás también, la escasez o la ausencia absoluta de agua potable en prácticamente todos los confines del país es noticia recurrente. Y como en todas las crisis, cuando el tema se agudiza hasta los extremos que ha alcanzado la del agua, son inevitables los señalamientos y la repartición de las culpas y, en este caso, uno de los blancos principales es el actual director del IDAAN.
Desde su creación, en 1961, el Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales fue anunciado como la alternativa administrativa y técnicamente capaz de aportar soluciones permanentes para que el suministro de agua llegara y no faltara en ninguna parte del país. En sus primeras etapas, la institución contó con amplia capacidad financiera y los recursos humanos para cumplir sus objetivos; pero gradual y progresivamente, la primera sufrió considerables mermas que limitaron su capacidad para realizar las inversiones necesarias. Y, en cuanto a la segunda, la injerencia política produjo una notable reversión en la formación y mejoramiento de su capacidad profesional.
Hacia finales de los noventas, durante el gobierno Pérez Balladares, cuando se empujó contra viento y marea la privatización de varias empresas públicas, también hubo la intención de privatizar el IDAAN; pero finalmente, y para bien, eso no ocurrió y el IDAAN, como debe ser, sigue y debe seguir siendo una empresa de utilidad pública.
Revisar la accidentada trayectoria de la institución, de hacerse con criterios objetivos, arrojaría como resultado que, de parte de los sucesivos gobiernos ha habido una negligencia culpable, y muchas otras cosas más, para que llegara hasta su actual y alarmantemente crítica situación, de la que, si a alguien no se le pueden achacar todos las culpas es a su actual director, al que mal podría pedírsele que haga milagros para componer un desastre acumulado por décadas de negligencia y malos manejos.
En el orden en que deben ser atacados los principales problemas que golpean a nuestra nación, la solución de la crisis del agua, debe ser, antes que pensar en obras faraónicas, la primera prioridad. Esta solo se resuelve invirtiendo los recursos necesarios producir más agua, reconstruir las redes de distribución en la que se pierden muchos millones de galones, sancionando las inconsecuencias de quienes la malgastan o no la pagan y transformando al IDDAN en una entidad profesional y técnicamente capacitada y blindándola contra la politiquería.