Los peleadores se fueron quedando sin los bríos con los que salieron al ring al inicio de la lucha contra la Ley 462 de la Caja. El entarimado era todo el recinto universitario, toda la casa de Octavio Méndez Pereira, como dirían los doctores eméritos en una conversación solemne.
En una esquina estaban los estudiantes, aunque no todos, porque no todos los estudiantes de esa casa de estudios saben lo que es un ring de boxeo —ni siquiera en la calle, que tantas veces ha sido escenario de peleas y luchas.
Los pelaos fueron perdiendo los asaltos y se replegaron poco a poco, sabiendo quizás que esa batalla no llevaría a nada bueno, salvo a restarse oportunidades cuando llegue el momento de demostrar los aprendizajes —o “saberes”, como dicen los docentes en su jerga.
Los últimos peleadores se bajaron del ring la semana pasada, ante los árbitros que fueron testigos de que la lucha había terminado. Ese último grupo fueron los docentes, que tiraron puñete durante meses y finalmente colgaron los guantes.
Lo que queda por delante es caminar a paso apurado para que los estudiantes aprendan los contenidos que estaban programados para estos meses. Ese modelo de aprendizaje exige más tiempo y dedicación de los estudiantes —y de los padres como guías— que del que el docente podrá brindarles en el aula.
