Son dos. Una dama y un caballero los que se han calzado los guantes en esta contienda por el control del trono de la Locura.
En los primeros asaltos, los movimientos han sido pocos y muy calculados. A ninguno de los dos se le ha levantado un pelo siquiera. Solo amagos.
Pero la fanaticada, totalmente dividida como en cualquier evento deportivo, en tiempos de redes y enredos que socavan la paciencia de la gente, pide acción a gritos.
Como en todos los combates, en algún momento la gritería de los fanáticos tocarán el corazón de los púgiles y el combate se empezará a calentarse.
Hay apuestas, claro. Un evento de esta naturaleza sin apuestas no levanta pasiones. Uno van a Rob y otros van a Yany.
Otra vez los fanáticos, que desde afuera que piensan que darse mongo dentro de un ring es beberse un vaso de chicha de piña, recomiendan un golpe certero al contrincante. Recomendar es un verbo muy suave para lo que realmente gritan, pero se entiende perfectamente. Así las cosas, los dos contrincantes pasarán mucho más tiempo bailando en el cuadrilátero. La bolsa en juego es apetitosa y un golpe en falso será la derrota. Lo que se vive aquí es el clásico: Máscara contra una cabellera de color.