- domingo 27 de octubre de 2024 - 8:53 AM
Domingo poético y de inspiración. Las remembranzas del Día del Estudiante
Dicen que en cada ser humano siempre se esconderá un estudiante y un niño. Hoy el calendario nacional nos recuerda que el 27 de octubre está dedicado para reconocer y exaltar a los estudiantes. Y esa decisión está plasmada en la ley 1 de 22 de octubre de 1948. En mis tiempos era placentero y de mucho orgullo ver cómo los estudiantes más aplicados reemplazaban ese día a directores, profesores y maestros. Hoy nuestra poetiza Doris Jurado nos lleva a ese mundo donde ella es una de las protagonistas y dice:
“Mis recuerdos vuelan hacia décadas lejanas y me veo en la planta baja de la escuela primaria, Colegio República del Ecuador, de calle 13 Oeste. Todos estábamos alineados, maestros y alumnos para celebrar el Día del Estudiante. En esos momentos se nos rendía un homenaje por parte de los maestros quienes nos preparaban para enfrentarnos a la vida.
Éramos el semillero del cual saldrían médicos, profesores, abogados, políticos y amas de casa y otros profesionales que serían los responsables de una época de crecimiento en nuestro país. Era a mediados de Siglo XX. Con los años vi convertirse a algunos ex condiscípulos en médicos, maestros, deportistas, políticos y madres y padres de familia.
Ese día todos los maestros se vestían como estudiantes y escogían a los más distinguidos para hacer su representación como maestros y directores. Teníamos cinco docentes en cada grado: maestro regular, de Inglés, de Música, de Artes Manuales y de Educación Física. Casi todos eran mayores. Vestidos de estudiantes nos provocaban risas escondidas, sobre todo la de inglés quien era la mayor de todos. Sin embargo, cada cual merecía nuestro reconocimiento y respeto.
Luego del acto social en el aula máxima que también era el vestíbulo y donde dábamos las clases de gimnasia y de música, nos dirigíamos al salón. Éste tenía 14 pupitres dobles de madera para los 28 alumnos. De frente, un gran escritorio de madera colocado diagonalmente en la esquina desde donde divisaba todos los movimientos. A su lado un gran estante de dos puertas donde se guardaban los libros y detrás del mueble, cerca de la pared, un espacio de castigo para los mal portados. Yo estuve allí un par de veces por hablantina. El Estado proveía los libros y no recuerdo si los uniformes.
El brillante y distinguido compañero, con aires de autosuficiencia, iniciaba su cátedra. Otro par de estudiosos se lucían después con sus 15 minutos de gloria. Los demás, los regulares, hacíamos morisquetas para que se “pelaran”. La maestra, vestida de alumna, en su escritorio con la cara rígida y el metro en la mano.
Al final, a la salida, nos daban un paquete con un emparedado y un dulce. Teníamos la tarde libre. En ese tiempo era doble la jornada. Llegaba a casa lista a contarle a mamá la aventura de ese día. Abrazos y feliz Día del Señor.
Docente universitario