- viernes 03 de junio de 2011 - 12:00 AM
Concubinato político
A medida que se acerca a la mitad, el mandato de la actual administración de Gobierno, surgen algunos temores y afloran realidades, que aunque predecibles, las mieles del poder se encargaron de endulzar sobre el amargo. Ricardo Martinelli ganó las elecciones generales del 2009 ampliamente, con el 60% de los votos, de los cuales casi el 20% provino de la papeleta del Partido Panameñista. En teoría, con la diferencia que le sacó de ventaja al PRD, Martinelli ganaba sin necesidad de una alianza con Juan Carlos Varela.
Es fácil suponer las cosas después de que ocurren, pero sin duda, que por la mente de Martinelli no estaba disputar una segunda contienda al hilo con estrechos márgenes de diferencia ni tampoco estaba la idea de gobernar sin poderes absolutos en los demás Órganos del Estado, y mucho menos ser presa del PRD y de Balbina Herrera. Hombre frío y de rápida negociación, jamás titubeó, aunque muchos de sus estrategas le decían lo contrario, incluyendo a Demetrio Papadimitriu, nunca dudó.
Ahora, el entorno es diferente, con el control del pleno poder surgen nuevos escollos. Quién fuera útil para avasallar al PRD y tenerlo en la ‘lama’, hoy resulta un riesgo grande. A medida que la carrera política de Martinelli comienza a tener más pasado que futuro y con las manos atadas para resolver un mecanismo de reelección inmediata, la promesa hecha a Varela termina siendo inconveniente.
En política como en el amor, no hay papel que aguante firma ni promesa en el tiempo. La pasión y los intereses en común son los que terminan definiendo las uniones. El joven matrimonio Martinelli-Varela parece destinado al divorcio, el problema es que la parte que paga las cuentas ejerce autoridad y la que hace los oficios se niega a abandonar la casa. La única diferencia entre el amor y la política es que la primera se puede dirimir ante un juzgado de familia y determinar qué le toca a cada quien, en cambio, la segunda se parece más al concubinato donde cada quien es dueño de lo que tiene y cada quien va por su rumbo.
La segunda vuelta en principio parece la excusa, vendría a ser como el derecho que permite la infidelidad. Quién ofrece más, quién da más. Se acabó el amor y la confianza en el hogar Martinelli-Varela, ahora solo queda, como en el mejor de los concubinatos, tomar decisiones. Como se dice por ahí, ‘el amor no es un juego’, la política tampoco.
EL AUTOR ES PERIODISTA