
- domingo 01 de junio de 2025 - 5:30 PM
Durante años, el nombre de César Millán fue sinónimo de respeto y admiración. Su habilidad para calmar a los perros más agresivos, devolverle el equilibrio a mascotas problemáticas y educar a dueños desesperados lo convirtió en una figura internacional. En televisión, con su icónico programa El encantador de perros, su silbido, sus gestos serenos y su filosofía de “energía calmada y asertiva” eran casi hipnóticos.
Millán no solo entrenaba perros: parecía que los entendía en lo más profundo. Pero con el paso del tiempo, el encantador de perros terminó perdiendo el hechizo... al menos con los humanos.
Millán nació en México y emigró ilegalmente a Estados Unidos con un sueño: trabajar con animales. Lavó carros, durmió en las calles y poco a poco se hizo un nombre en Los Ángeles como un “rehabilitador de perros”. Su gran oportunidad llegó cuando lo descubrió la industria del entretenimiento, y su programa fue un éxito mundial.
Logró lo impensable: educar al público sobre la psicología canina con una mezcla de firmeza, amor y carisma. Muchos lo idolatraban. Otros, lo empezaron a mirar con desconfianza.
Con los años, algunos especialistas comenzaron a criticar sus métodos. Su técnica de “dominancia”, inspirada en la idea de que los perros funcionan en jerarquías de manada con un “alfa”, fue tachada de obsoleta y dañina por parte de adiestradores modernos.
Según la nueva ciencia del comportamiento animal, el enfoque de Millán podía provocar miedo, estrés y agresividad en los animales. Varios educadores lo acusaron de recurrir al castigo físico encubierto en gestos sutiles, como toques con el pie o correcciones con correa.
Polémicas
Pero el verdadero desencanto vino cuando se multiplicaron las controversias. En 2006, fue demandado por el dueño de un labrador que presuntamente quedó con secuelas tras una sesión con Millán. En 2016, la cadena Nat Geo tuvo que investigar un episodio de su programa donde se mostraba a un cerdo herido durante una terapia. Aunque el caso fue cerrado, las críticas no pararon.
Muchos lo seguían defendiendo con fervor, señalando que sus técnicas funcionaban y que su mensaje principal era positivo: perros equilibrados, humanos responsables. Pero las redes sociales amplificaron las denuncias de excolaboradores, entrenadores y figuras del mundo animal que lo tildaban de showman antes que de experto.
En medio de todo, César Millán intentó reinventarse. Lanzó libros, realizó giras, adaptó su discurso. Habló de la importancia de la energía emocional, de sanar las heridas internas para no proyectarlas en los animales. Pero a medida que avanzaban los años, su figura se fue desdibujando. Aún tenía seguidores, pero también una legión de críticos.
Lo que antes parecía magia empezó a ser visto como manipulación. Lo que antes se admiraba como dominio, ahora se cuestionaba como maltrato disfrazado. Millán, que supo leer el alma de los perros, no logró hacer lo mismo con la de los humanos que lo rodeaban. Muchos sintieron que no les habló con honestidad, que escondió los métodos reales tras una sonrisa televisiva.
Hoy, el encantador de perros sigue activo, aunque con menos brillo. Su historia es una advertencia sobre los peligros del carisma sin cuestionamiento y el poder de la televisión para construir —y destruir— mitos. Lo que comenzó como una cruzada por entender a los perros, terminó siendo una lección sobre la necesidad de entender también a las personas. Porque al final, no basta con calmar a una mascota: hay que ser transparente con quienes la aman.