Los carreteros
- viernes 19 de febrero de 2016 - 12:00 AM
Afrodita soltó la feria de machos por los caminos de El Chirriscazo. Hasta las menos afortunadas de físico hallaron un amorcito. La infidelidad acechaba a toda hora, sobre todo al atardecer, gracias a que el político quería reelegirse y batalló a brazo partido para que le aprobaran el proyecto carretero. ‘Así los campesinos, esos dignos hombres que trabajan la tierra, podrán sacar cómodamente sus cosechas hacia los mercados cercanos aumentando sus ingresos, lo que redundará en beneficio de la familia, ese pilar de la sociedad…', dijo Aureliano, el político, cuando comenzaron los trabajos.
La llegada de los trabajadores de la carretera provocó un cataclismo en el campito, que se llenó de hombres de otras provincias que apenas rayaba el atardecer se volcaban a los caminos en busca de una damita dispuesta a oírlos hablar de su soledad. Los llamaban los carreteros, hombres jóvenes, maduros y viejos, guapotes algunos, feítos otros, pero todos con el ojo atento en busca de la de las tetas más rebosantes o del trasero más ancho. Muchos hogares comenzaron a tambalearse porque las esposas querían salir solas a la tienda todas las noches, otras inventaban visitas al familiar enfermo que vivía al otro lado del río. Medea, la mujer de Aureliano, se alteraba cada vez que oía algún comentario sobre las quemonas. Le pidió a su marido mandar a paralizar el proyecto. De nada sirve que tengamos carretera si las familias se están desintegrando, le dijo, pero el hombre fue enfático: ‘Mira cuantos votos voy a sacar yo gracias a esa respuesta que le he llevado a la gente de Limonal, El Machigüero, Amaratí, La Culachata, etc., y todos esos pueblitos que de seguro sabrán agradecerme por este logro'. Ambos olvidaron el asunto, sobre todo Medea, que una tarde, en la tienda del pueblo, sintió una mirada penetrante. Volteó a ver y se encontró con un forastero que miraba sus atributos. ¿Usted es la esposa del polítco, verdad?, le preguntó él con voz educada. Trabaron conversación y pronto Medea supo que el desconocido no era un carretero del montón, era el ingeniero, o sea que si se lo daba no se lo estaría dando a cualquier pelagatos. Pasó la noche pensando en cómo sería cogerse con un hombre de mucho estudio. Y regresó sin motivo a la tienda durante una semana hasta que cayó en brazos del ingeniero, quien la rochó en medio del camino oscuro, ya iba a subirle la falda cuando oyeron voces, Medea echó a correr asustada y mojada. Ve mañana a mi casa a las once en punto, ansiosa de rejo estudiado.
El ingeniero llegó dos minutos antes. No hubo palabras, solo acción. Sexo para hambrientos, pensaba él mientras gozaba el tontón ajeno. ‘Maldito', gritó Medea cuando oyó el ruido del carro de Aurelianoo, al que suponía metido en las rejuneras de El Chirriscazo buscando los votos hasta entre las grietas del suelo azotado por la sequía. El carretero se vistió a millón y salió por la puerta trasera recordando a su difunto padre que siempre decía que ‘casa de dos puertas mala es de guardar'. No pasó nada en los días siguientes, salvo que Medea iba todas las tardes a la tienda, pero el forastero no aparecía. Como una autómata realizaba los quehaceres del hogar. Por eso no supo qué decir cuando su marido preguntó por qué había una media azul en su gaveta. ¿Qué media?, preguntaba ella. Esta, contestó Aureliano y la alzó. ‘Esta puta media no es mía, yo jamás he usado medias que no sean blancas, Medea, qué hace esta media aquí, cómo llegó a mi gaveta', preguntaba atolondrado. No pudo evitar sacudirla mientras le mostraba la media preguntando de quién era. La violencia lo dominó por completo al no obtener respuesta, y la golpeó sin piedad. Tuvieron los vecinos que meterse para que no la matara. No hubo leyes para el marido golpeador, que no dejó que Medea sacara ni un panty de la casa. La largó sin consideración, no por la cabrona media blanca, sino por el origen de la prenda en su gaveta.
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¿Sospechas?: Yo siempre he usado medias blancas.
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Feria: Hay hombre hasta para las más feítas.