Errores administrativos

En la empresa Bananos Felices cometieron el error de muchos administrativos: fueron dejando y dejando a los empleados, quienes acumularo...
  • martes 11 de febrero de 2014 - 12:00 AM

En la empresa Bananos Felices cometieron el error de muchos administrativos: fueron dejando y dejando a los empleados, quienes acumularon tantos años de trabajo que luego hacían lo que les daba la gana, y, peor aún, decían a bocajarro y con un aire de qué me importa: si no les gusta, que me boten, pero eso sí, que me arreglen mi tiempo, que son casi treinta años. Con esta actitud de poco importa pasaban los días y los meses, amparados en los añales de formar parte de la compañía. Entre los que no cumplían ninguna de las órdenes del gerente estaba Dioselina, de maneras torpes y pinta de cualquier oficio, menos de oficinista.

Llevaba una semana enfrentada con el jefe inmediato, quien envió un memo que recordaba que la hora de entrada era mucho antes de la que ella marcaba. ‘Pues seguiré llegando a esa hora, y si no les gusta, ya saben lo que tienen que hacer’, le contestó al pobre Leoncio que la reprendió por las reiteradas tardanzas. Y, día tras día, siguió llegando a las cinco, aunque su horario decía que debía estar en su puesto a las tres en punto. En esa impuntualidad pasó varias semanas, sin hacer caso de ninguna de las llamadas de atención sobre ese tema ni referente a otros, como la prohibición de las ventas en la oficina. Soltó una carcajada burlona y dibujó un dedo en un gesto vulgar en el espacio donde debía firmar el documento que establecía que a partir de la fecha ningún colaborador podía vender mercancía ni rifas. ‘Quien lo haga perderá su empleo y los productos’, decía al final del escrito, lo que Dioselina no leyó, afanada por exhibir su burla y por dibujar la obscenidad. ‘Dígale que firme con su nombre’, le pidió el administrador a la secretaria, quien fue temerosa donde Dioselina, que firmó porque tenía planeado, apenas terminara de pagar lo que le adeudaba a la empresa, pedir otro préstamo para la fiesta de quince años de su nieta. ‘Firmo porque no me conviene estar mal con ese cara de iguana’, expresó en voz alta y miró a los compañeros, pero a ninguno le hizo gracia su comentario irrespetuoso.

Dos días después, ayudada por su hijo, el nini Pablo Javier, llegó al trabajo con un montón de cajas. ‘Son productos casi mágicos para eliminar llantas, gorditos de más, manchas en el rostro, marcas de las várices y arrugas, también tengo estos para la gastritis, el insomnio, el estrés, y estos acá para subirlo y mantenerlo buen tiempo arriba’, dijo y fue sacando los frascos. Muchos se interesaron, sobre todo Genarino, que quería comprar el que le resolvería sus problemas de cama, pero dio dos pasos atrás cuando supo cuánto costaba cada frasco. ‘Y, por su edad, usted necesita, mínimo, cuatro frascos’, le aseguró Dioselina. El cliente se rascó la cabeza y dijo que lo pensaría. ‘Pero, aunque sea abónelo, porque se van como pan caliente, ya me pidieron varios allá abajo’, advirtió la vendedora, quien no reparó en la llegada del gerente, que no dijo nada, solo avanzó y empezó a meter los frascos en las cajas. ‘Lleve eso para el depósito, esta mercancía está decomisada’, le ordenó al seguridad. ‘¿Cómo que me va a robar mi mercancía?’, gritaba fuera de sí Dioselina, pero el gerente no le hizo caso, lo que la enfureció más, tanto que no pudo aquietar su mano, que puso en el rostro del hombre, quien le anunció que estaba despedida. Págueme mi tiempo y deme mis productos, pedía ella sumamente ofuscada. ‘El tiempo se te pagará como a Pepito, centavito a centavito, pero la mercancía la perdiste’, gritó el gerente y ordenó que la sacaran del lugar.

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