No eres el único

- sábado 03 de junio de 2017 - 12:00 AM
‘Dale cariño, llévale comida, atiéndela', era la receta de mi difunto padre para que tu mujer o tu amante nunca te pusiera cachos; esa idea la puse en práctica uno de esos días en que el cielo se desbordó. Convencido de que el que anda en trampa debe tener memoria dinámica, ser astuto y creativo, decidí aprovechar el diluvio que inundó varios sectores de gente pobre, que es donde vive mi viejita, y le avisé a mi esposa que ‘tenía que salir en estampida para la casa de mi madre, porque la quebrada se había desbordado y el agua le tenía la casa inundada casi que a la altura de la refrigeradora, un caso grave, ni creo que pueda regresar hoy, o quizás en la madrugada, porque de seguro ningún taxi ni bus ni chivita ni pirata entraría a ese sector', le dije con voz apesadumbrada.‘Dale', me dijo mi esposa, y yo me encaminé enseguida para la casa de Zarita, mi amante y a quien últimamente tenía un poco abandonada porque en mi hogar las cosas se habían vuelto difíciles para evadirme, tanto que no me atrevía a arriesgarme. En medio de mi entusiasmo no oí el aviso subliminal que había detrás de esa respuesta afirmativa y rápida de mi mujer, darme el consentimiento de llegar al amanecer o no volver en la noche era casi un milagro. Aún no me lo creía del todo cuando quedé en una fila con la intención de comprar pollo asado para llevarle a Zarita, luego le compré su vinito preferido y rematé con una flauta para que acompañara el pollito. Alerté a mi mamá por si mi esposa la llamaba y ella también me dio el sí que yo esperaba. ‘No se preocupe, hijo, no tenga cuidado, mejor apago mi teléfono para no decir mentiras', dijo la autora de mis días, y con ansias locas llegué al barrio donde vivía Zarita, soñando con perderme en sus brazos. No la llamé para darle la sorpresa. En uno de los vericuetos próximos a la vivienda me topé con unos pelaítos conocidos, quienes me miraron raro, pero yo les di un billete a cada uno y ellos, medio remolones y con una sonrisa extraña, tomaron el dinero y se alejaron corriendo al tiempo que decían algo que nunca entendí.Desde la última veredita que tomé para cortar camino divisé el auto rojo frente a la casa de Zarita, pensé que estaría allí alguna de sus hermanas, así que bajé tranquilo. Llegué y toqué la puerta varias veces. No hubo respuesta. Ahora soné con rabia la madera, y oí un ruidito que identifiqué enseguida: Era el crujir de la cama de Zarita. No tuve duda y me fui, no sin antes darle un par de patadas al carro. ‘Hijo de tu madre', me gritó una voz masculina desde la ventana de la recámara de Zarita, y comprobé que tenía otro, cansada seguro de esperarme en vano tantos días.Me tocó desandar el camino convencido de la fragilidad del amor femenino, pura pantalla, puro cuento y purastttt palabritas, a diario Zarita me enviaba la frasecita: ‘Donde sea, pero contigo'. Y qué rápido me puso reemplazo… En la parada estaban los pelaítos, quienes, para aumentar mi malestar, me dijeron: ‘Ese man de la nave es el que ahora le apalea el gato a la seño Zarita, todos los sábados viene'. Dos horas después, aún agobiado por la decepción, llegué a mi casa, donde, para sorpresa mía, no estaba mi esposa. Mis hijos me dijeron: ‘Es que la casa de mi abuela se inundó y ella fue a ayudarle a barrer el agua, viene ahora o mañana'. Me metí al baño a echarme agua hasta que se me bajara la presión, seguro estaba de que difícilmente se podía inundar la casa de mi suegra, quien vive en una loma y no hay ninguna quebrada ni riachuelo cerca. De golpe supe por qué mi esposa me dio permiso con tanta facilidad. Quedé con el alma bizca, para mi mujer y para mi amante ‘yo no era el único'.