El Casco un baluarte de la historia

En 1673 trasladaron la ciudad al Casco Antiguo, cuenta la historia
  • lunes 01 de julio de 2019 - 12:00 AM

Aquella mañana de invierno las manecillas del reloj marcaban las 7 de la mañana: Iniciaba mi recorrido por el Casco Antiguo, sitio histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco que guarda tantos secretos.

Caminar por las calles del barrio de San Felipe, entre turistas, gente que va hacia sus trabajos, niños que corren a sus aulas de clases y policías que vigilan las calles, fue un viaje que puede tardar una hora, dos o tres.

Adentrarse en aquel laberinto ubicado en una diminuta península cubierta por un velo de arrecifes rocosos fue lo que llevó a mis pies a la Plaza Mayor, donde está la Basílica Santa María la Antigua, donde se congregan cientos de feligreses todos los domingos.

Allí, entre el canturrear de las aves despertando de entre la copa de los árboles y el claxon de los autos transitando por la avenida, se aglutina un grupo de viajeros que registra en sus cámaras aquella postal histórica de uno de los sitios turísticos más hermosos y visitados de Panamá.

Pero, no solo los viajeros frecuentan el ‘Casco', rodeado de nuevos y coloridos edificios; los locales con sus puestos de trabajo comienzan abrir sus negocios a ver que les deparará el nuevo día.

Tal es el caso del señor Jorge, un hombre de tez morena y semblante serio que, instalado en la Catedral con su carrito de helados, trata de atraer a los clientes para que puedan saborear sus ricos sorbetes de frutas.

Penetrando en aquellas ramblas escondidas de Panamá, encuentro a unos trabajadores quienes para ellos el frío se ha convertido en solo cuatro letras y han comenzado a restaurar los viejos inmuebles que hablan de años de lucha y abandono.

Los mismos se han convertido en el refugio de personas sin hogar e incluso el de aves que parecen ya haber escogido un nuevo lugar donde armar sus nidos.

Más allá, a lo largo de la alameda encontramos la Plaza Carlos V, la cual a pesar de estar en un recóndito espacio del Casco resulta estar bien asociada con aquel viejo pintor de cabello largo y lentes oscuros quien va colocando sus postales de lugares emblemáticos de la ciudad.

No obstante, el pintor de cabello largo no es el único que concurre la Plaza, también lo hace una mujer guna, quien con mucha delicadeza va situando sus molas en la banda que utilizan las personas para sentarse.

Ella sostiene que la situación se ha tornado difícil para los artesanos que llegan de lejos a vender su mercancía a la zona. Dice que muchas veces se van con las manos vacías.

Allí entendí que el Casco Antiguo también es soledad, tristeza y malestar, sensaciones inevitables para que la vida sea vida.

Se acerca la tarde y logro ubicar la Plaza de Francia, un baluarte de remembranza del intento truncado de los franceses por construir el Canal de Panamá.

En ésta se alza un árbol de ‘flamboyán', que con sus flores rojas llama la atención de los excursionistas. En este punto, los turistas hacen una pausa para tomar fotos del arbusto.

Caminar por la Plaza de Francia hace que mis pasos se dirijan hacia el Paseo de las Bóvedas, donde el naranja del atardecer ya ha comenzado a obrar magia en el cielo de San Felipe.

El Paseo de las Bóvedas también es una crítica a los políticos del país, allí entre caras afligidas y quejas, los artesanos cuentan que los extranjeros se han adueñado de este simbólico lugar.

‘El gobierno debería apoyar a los artesanos panameños', dice una mujer de piel morena, ojos oscuros como la noche oriunda de Darién, observando el cielo de la ciudad.

No queriéndome llevar por las emociones que embargan a los artesanos del lugar, me encamino hacia la Plaza Bolívar, la cual surgió de entre los escombros de un incendio para darle vistosidad al lugar.

En ella se encuentra la iglesia San Francisco de Asís, casi destruida en aquel infierno y hoy renovado en su totalidad.

Al caer la noche en San Felipe el ambiente se torna alegre, la gente camina hacia las azoteas de las discotecas buscando una noche de deleite, los niños al terminar su tarea salen a las calles a divertirse y los adultos en las afueras de los caserones ‘echan cuento un rato'.

Allí comprendí que a pesar de las quejas y críticas, el Casco Viejo es ese que se emociona cuando a otro le va bien, es una panorámica inolvidable.

El Casco no es una ideología, un pasaporte ni una raza: es la historia. El Casco Antiguo es eso que siento mío sin tenerlo siempre, es el encuentro de dos personas que se funden en un abrazo.

Como decía la señora Ángela, aquella mujer española de cabello largo y ojos oscuros oriunda del país Vasco, Panamá es historia y a mí me encanta la historia. Dio una mirada a aquellos rascacielos que engalanan la ciudad y dijo; ¡Volvería, claro que volvería!

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