- domingo 03 de noviembre de 2013 - 12:00 AM
El testimonio de un colombiano (1)
Diógenes de la Rosa, en su discurso sobre el 3 de Noviembre, nos hace entrega del testimonio del colombiano Dr. Santander A. Galofre sobre la situación del Istmo de Panamá para 1903.
‘Cuando el Istmo en 1821 selló su independencia y se incorporó espontáneamente a Colombia, abrigaba sin duda la convicción de que nosotros no anularíamos sus derechos y su libertad como pueblo, y que respetaríamos siempre la integridad de su Gobierno propio. Si faltamos o no a su confianza que los istmeños depositaron en el país, que lo diga nuestra historia en los últimos veinte años y la obra de iniquidad y despojo realizada en Panamá en el mismo lapso. De dueños y señores del territorio (los panameños) los convertimos en parias del suelo nativo. Brusca e inesperadamente les arrebatamos sus derechos y suprimimos todas sus libertades. Los despojamos de la facultad más preciosa de un pueblo libre: la de elegir sus mandatarios, sus legisladores, sus jueces. Restringimos para ellos el sufragio: falsificamos el cómputo de los votos, e hicimos prevalecer sobre la voluntad popular la de una soldadesca mercenaria y la de un tren de empleados ajenos por completo a los intereses del Departamento. Les quitamos el derecho a legislar, y como compensación, los pusimos sobre el yugo de hierro de leyes de excepciones. Estado, provincias y municipios perdieron por completo la autonomía, que antes disfrutaban. Se limitaron las rentas, y la facultad de invertirlas. En las ciudades verdaderamente cosmopolitas del Istmo no fundamos escuelas nacionales donde aprendieran los niños nuestra religión, nuestro idioma, nuestra historia, y a amar la Patria. A la faz del mundo castigamos con la prisión, el destierro, la multa y el látigo, a sus escritores por la expresión inocente del pensamiento. Desde diciembre de 1884 hasta octubre de 1903, presidentes, gobernadores, oficiales y soldados, prefectos, alcaldes, regidores, jefes militares, oficiales y soldados, jefes e inspectores y ayudantes de Policía, la Policía misma, capitanes y médicos de puertos, magistrados, jueces de categorías diversas, fiscales, todo bajaba de las altiplanicies andinas o de otras regiones de la República para imponer en el Istmo la voluntad, la ley o el capricho del más fuerte, para traficar con la justicia o especular con el tesoro, y aquel tren de empleados, semejantes a un pulpo de múltiples tentáculos, chupaba el sudor y la sangre de un pueblo oprimido y devoraba lo que en definitiva sólo los panameños tenían derecho a devorar’…
Continuará este testimonio en el siguiente artículo dominguero, como homenaje al pueblo panameño, conservador y liberal, que se atrevió a arriesgar su vida y sus bienes por lograr el sueño istmeño.
* EXEMBAJADOR DE PANAMÁ EN BRASIL Y NICARAGUA