El mundo ha cambiado y sigue cambiando, las personas cambian, las sociedades, la tecnología y aunque la fe permanece, debemos admitir que la forma de transmitirla también, pero no siempre con buenos resultados.
La paradoja del momento “este fenómeno describe cómo la riqueza en recursos naturales, en lugar de impulsar el desarrollo económico y social, puede convertirse en un obstáculo cuando no se gestiona adecuadamente” (Gallardo, et al, 2025, como se citó en Zárate et al., 2020).
En Panamá, la paradoja también se hace visible: mientras la Iglesia ha desplegado en la última década una cantidad inédita de recursos catequéticos, plataformas digitales y celebraciones continentales (como la Jornada Mundial de la Juventud 2019), la práctica dominical apenas roza el 20 % de los católicos y uno de cada diez panameños ya se declara “sin religión” (El Colombiano, 2024).
Según el Latinbarómetro citado por el diario, Panamá figura entre los cinco países latinoamericanos con menor proporción de no creyentes (10 %), pero ese dato oculta una tendencia acelerada: en el 2000 apenas el 3 % se situaba fuera de cualquier confesión; hoy la cifra se ha triplicado y entre los menores de 30 años supera el 15 %.
Es decir, la abundancia de oferta religiosa (catequesis on-line, apps de oración, eucaristías transmitidas en alta definición) convive con una pérdida de capital social eclesial: menos bautizos, menos matrimonios sacramentales y una mesa vacía en muchas parroquias los domingos.
El fenómeno encaja a la perfección con la “paradoja de la abundancia” descrita por (Gallardo, et, & al, 2025) tener más recursos no garantiza mejores resultados si no hay una gestión pastoral que traduzca la riqueza en experiencia de encuentro.
Así como el petróleo puede convertirse en maldición cuando no se traduce en desarrollo humano, la sobreabundancia de herramientas evangelizadoras puede volverse contra la misión si se reduce a simple “producto religioso” sin capacidad de acompañamiento y vínculo.
Panamá, paradójicamente rico en iniciativas catequéticas, necesita ahora convertir esa abundancia en profundidad de relación: menos mega eventos y más comunidades que sepan nombrar la sed de Dios que ya habita en los jóvenes que el domingo prefieren la playa o el descanso a la misa.¿Qué prefieren los jóvenes que las autoridades eclesiales parecen no entender?Ser joven es más que una etapa biológica: es un proceso de decisiones que construyen identidad.
En el campo de la fe, sin embargo, esa libertad de elección suele encontrarse obstaculizada por la “herencia religiosa”: bautizo, primera comunión y confirmación se viven como trámites familiares antes que como opción personal.
Durante los años que ejercí como catequista de confirmación pregunté a cada grupo por qué estaba allí. Más del 80% respondió “porque mis papás me mandaron”, “ya tocaba a los 15” o “para poder ser padrino después”.
El sacramento se había convertido en un acto social cuya mística quedaba supeditada a la utilidad inmediata: la foto, la fiesta y el “pase” para compromisos futuros. Esta colonización de la experiencia de Dios por la lógica del deber ser familiar no es solo un defecto de actitud; revela un vacío de liderazgo pastoral. (Kime, 2025) lo documenta con crudeza: el seminario forma excelentes teólogos, pero apenas si ofrece asignaturas de gestión de conflictos, liderazgo de equipos o planificación financiera.
El párroco llega a su primera parroquia sin herramientas para delegar, para escuchar verdaderamente a los jóvenes o para convertir la estructura parroquial en un espacio de discernimiento compartido. Resultado: se reproduce el “jerarquismo” que condiciona a los laicos (jóvenes incluidos) a no cuestionar, y se refuerza el clericalismo que Papa Francisco denunció como “caricatura de la vocación” (Francisco, P, 2018)Los adolescentes panameños no buscan un “administrador de sacramentos”; buscan un acompañante que les ayude a conectar la fe con sus propias narrativas: la música que componen, la ansiedad climática que padecen, la incertidumbre laboral que les acecha.
Cuando la parroquia no ofrece ese espacio de traducción, la religiosidad se desvía hacia lo privado o hacia el “sin religión” que ya representa uno de cada diez jóvenes en el país (El Colombiano, 2024).
La salida no es “más catequesis obligatoria”, sino liderazgo apostólico formado para:1.Delegar lo administrativo en laicos competentes, liberando tiempo para el acompañamiento real (Kime, 2025)2.Crear instancias de voluntariado donde el sacramento se prepare como proyecto de vida, no como requisito familiar.3.Educar a los padres en misas mensuales de discernimiento familiar, de modo que la presión social se transforme en libertad creyente. Solo cuando el joven sienta que él o ella eligen, y no que son “llevados”, la confirmación dejará de ser el fin de la catequesis para convertirse en el inicio de una fe personal. Panamá lo demuestra: tenemos los recursos, pero falta traducirlos en lenguaje de opción y acompañamiento.
La paradoja se resuelve formando sacerdotes que sepan liderar comunidades donde los jóvenes descubran que Dios no se hereda: se encuentra.¿Qué camino debemos tomar?La respuesta sigue siendo la de siempre: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn
14, 6). Pero hoy ese Camino atraviesa un paisaje en el que la verdad se pixela: deep- fakes, sermones generados por IA en tres segundos y vídeos de «padres» que nunca existieron. La tentación es culpar a la tecnología; el diagnóstico real es más simple: hemos planificado el evento, pero no el ex post; hemos lanzado la parroquia digital, pero no el acompañamiento posterior.
El resultado es una geografía eclesial gigantesca (diocesis extensas, parroquias rurales de 200 km²) con presupuestos de pueblo pequeño y feligresía que envejece sin relevo generacional. Servir se convierte en un lujo doméstico: si sobra dinero, se colabora; si falta, se espera a que el padre lo haga solo.
La salida no es competir con el algoritmo, sino usarlo para devolverle la voz a los propios jóvenes. (Global frontier missions, 2024) lo demuestra: Evangelización digital con Instagram en vivo desde zonas de difícil acceso; la misa vespertina se convierte en story y llega a quienes nunca pisarían un templo. Biblias en audio en idiomas indígenas distribuidas por WhatsApp; el mensaje se descarga, no se impone. Escuela de Formación Misionera en Línea que capacita a jóvenes del Sur Global sin sacarlos de su contexto; la parroquia deja de ser destino y se vuelve plataforma de envío.La clave está en el ex post: después del clic viene la comunidad.
Por eso la campaña arquidiocesana dice «La Iglesia somos todos» debe traducirse en estructuras:1.Equipo digital parroquial: dos adolescentes gestionan redes, un laico adulto controla contenido y el párroco acompaña la pastoral del engagement.2.Presupuesto misionero 10 %: destinar ese porcentaje a anuncios segmentados en YouTube y TikTok que dirijan al chat de discernimiento juvenil.3.Células híbridas: reunión presencial quincenal + grupo Telegram permanente; la confirmación se prepara on-line y se celebra en la parroquia madre, pero el follow up sigue en la nube.Panamá ya tiene la infraestructura: cobertura 4G en 98 % del territorio y smartphone en 9 de cada 10 jóvenes.
Lo que falta es la pastoral del después: si tras el streaming no hay alguien que responda el mensaje directo a las 2 a.m., la oportunidad se pierde. La parroquia inmensa deja de ser un problema cuando se segmenta en micro comunidades que se reencuentran en una celebración mensual presencial. La verdad ya no se diluye; se comparte en formato vertical de 60 segundos y luego se profundiza en la mesa de la cafetería del campus.
El camino, entonces, no es otro que el mismo de siempre, pero recodificado: upload del Evangelio, download de comunidad, feedback permanente. Tecnología sin comunidad es solo ruido; comunidad sin tecnología, para la mayoría de los jóvenes, es invisibilidad. Panamá puede mostrar que la Iglesia no tiene que elegir entre pixels y personas: basta con hacer de los pixels el puente que lleve a las personas al encuentro con aquel que (más allá de cualquier algoritmo) sigue siendo “el Camino, la Verdad y la Vida”.
El autor, José M. Tulier , es estudiante de Administración Pública en el Centro Regional Universitario de Panamá Oeste, excatequista y seminarista franciscano, novelista y poeta. Parte del equipo editorial de la revista científica estudiantil Innovicion. Actualmente colabora en proyectos culturales.