• lunes 17 de noviembre de 2025 - 12:00 AM

Lección de ‘Frankenstein’, la película de Guillermo del Toro

Guillermo del Toro lo ha vuelto a hacer. Con su versión de Frankenstein, disponible en Netflix, nos entrega mucho más que una historia de terror: nos enfrenta a un espejo. En su relato, no solo observamos al monstruo creado por el hombre, sino al hombre mismo en su versión más oscura, más frágil y más irresponsable.

El mexicano Del Toro invita a reflexionar: ¿Quién es realmente el monstruo? ¿Aquel que nace de la ambición científica o aquel que, en su afán de poder y control, olvida las consecuencias de sus actos? La criatura de Frankenstein, interpretada magistralmente por Jacob Elordi, no es un ser malvado, sino un reflejo de lo que la humanidad suele rechazar: la diferencia, la imperfección, el dolor ajeno.

En esta cinta, el guatemalteco Oscar Isaac ofrece una interpretación fascinante del doctor Frankenstein, un hombre cegado por su deseo de crear vida, pero incapaz de asumir la responsabilidad de lo que ha creado. ¿No ocurre algo parecido en nuestra sociedad? Creamos tecnologías que nos superan, discursos que hieren, decisiones que afectan a otros, y luego pretendemos mirar hacia otro lado, como si nada hubiera pasado.

Nos hemos acostumbrado a señalar a los demás como “monstruos”, cuando en realidad, muchas veces, los verdaderos monstruos se esconden detrás de la indiferencia, la falta de empatía o la soberbia. Somos los Frankenstein de nuestro tiempo: inventamos, destruimos, manipulamos... y pocas veces nos detenemos a pensar en las consecuencias.

Con su sensibilidad, Del Toro nos recuerda que lo monstruoso no siempre tiene colmillos o cicatrices. A veces se disfraza de poder o de ego. La verdadera lección de Frankenstein es moral y humana, ya que todos somos responsables de lo que creamos.

Hoy abundan las divisiones, la intolerancia y la prisa por juzgar. Y esta película nos invita a preguntarnos qué clase de humanidad estamos construyendo y si aún somos capaces de crear con amor, no con vanidad.

Al final, como bien sugiere Del Toro, el verdadero monstruo no fue la criatura... sino el hombre que la abandonó.