El sentido del tacto es uno de los más importantes que tenemos los seres vivos. Es muy difícil vivir sin él. Necesitamos tocar para conectarnos en nuestro entorno.
Helen Keller (1880-1968) fue una gran escritora que quedó ciega y sorda por una enfermedad. Su historia de vida fue excepcional e inspiradora. Ayudó a muchas personas con discapacidad. Ella utilizó el sentido del tacto para sobrevivir en el mundo desde muy niña. Usó y agudizó su piel como su brújula del mundo.
La piel es el órgano más grande del cuerpo humano, y el vehículo por el cual sentimos las distintas sensaciones. Recibimos estímulos cerebrales que envían mensajes que nos ayudan a diferenciar las texturas, temperaturas de las cosas, que nos permiten distinguir uno de otros. Nos protege de peligros.
Mediante el tacto, también podemos trasmitir emociones: el calor humano, que es vital para el ser humano desde que nace y a lo largo de su vida. Por eso, los recién nacidos requieren el contacto humano para sobrevivir. Necesitan que los arrullen, los carguen y abracen. La piel tiene memoria. Existen voluntarias que brindan ese servicio de amor a los recién nacidos huérfanos.
Vemos con curiosidad y tristeza que muchas personas en la actualidad son incapaces de manifestar el aprecio y el amor mediante un abrazo, sin embargo, pueden escribir intimidades mediante la virtualidad.
René Spitz (1887-1974), psiquiatra austrohúngaro, estudió el tema, el cual fue comprobado por la Universidad de Harvard: los niños que crecían sin amor, sin contacto humano, podían morir o crecer con enfermedades mentales y sociales. «Hambre de piel» es el término del Dr. Kory Floyd que describe la carencia mundial del contacto humano y sus consecuencias.