- lunes 15 de mayo de 2023 - 1:58 PM
Un cholo a quien le debemos la frase… “¡La pelea es peleando!”
Han pasado 120 años de aquel fusilamiento injusto. Dicen que cuando existen personas inconformes que luchan contra la desigualdad y la injusticia los sistemas que dominan el poder intentaran silenciarlas. Su ejecución se dio en plena ebullición por las negociaciones de un Canal que iniciaron los franceses y que continuarían los norteamericanos.
Los disparos se escucharon cuando los llamados próceres de la Patria maquinaban romper el cordón umbilical con Bogotá. Victoriano Lorenzo fue engañado por quienes se frotaban las manos para beneficiarse de las riquezas que dejarían las negociaciones. Fue un hombre que no fue a la escuela, pero aprendió a escribir y a leer gracias a un cura que le ayudó en la educación. Murió joven, a los 36 años, mas, sus ideales están allí… latentes, como símbolos inequívocos de la injusticia y la perversidad.
Todavía recuerdo cuando el frente estudiantil Ábner González protagonizó la dramatización de la muerte de Victoriano Lorenzo. Fue en el patio del ya desaparecido Instituto Normal de David, en la altiva provincia de Chiriquí. Corría el año de 1973. Ábner González fue un dirigente muy querido quien murió en un accidente de aviación en la época seca de ese año. La conformación de este grupo tenía como propósito llevar esperanza y aliento a las cárceles, hospitales, estar presente en lugares donde abundaba la necesidad y la miseria. Tenía los mismos principios por los que luchó Victoriano Lorenzo en vida.
Este cholo guerrillero, a quien se le elevó al rango de General, fue un hombre valiente nacido en las entrañas pueblerinas de la provincia de Coclé. Un día como hoy, pero de 1903 hubo una conjura de traidores que terminó con el fusilamiento de este patriota. Fue en la plaza de Chiriquí, conocida hoy como la plaza de Francia cuando el ruido de los rifles irrumpieron en un lugar de paz. A las 17 horas del 15 de mayo de 1903 caía el cholo guerrillero. Su pecado fue estar al lado de las causas justas y encabezar enfrentamientos por la dignidad y mejores días para su pueblo.
Los rumores del momento destacaron que nuestro cholo, horas antes de morir, lloraba como un niño implorando clemencia y perdón. Lo anterior es falso según la carta que publicó un representante del clero que le dio el acompañamiento espiritual antes de su muerte. Hasta con los últimos momentos de su vida fueron criminales... salvajes.
Lo acusaron de timador, de asesino y de cuánta cosa pasó por la imaginación. Nada de esto era cierto. Lo mataban para evitar que la semilla de la justicia germinara. En aquella plaza las palomas levantaron vuelo al escuchar los disparos que acabaron con la vida de Victoriano Lorenzo. Otro hecho reciente que guarda similitud con lo sucedido aconteció en junio de 1971 cuando asesinaron al cura Héctor Gallego.
Las razones de su muerte guardan estrecha relación. La Estrella de Panamá es el periódico referente de la historia. Días después al fusilamiento el sacerdote que le acompañó publicó una carta para desmentir a quienes se refirieron de forma vil y cobarde sobre las últimas horas de vida de nuestro héroe coclesano.
“Panamá, 17 de mayo de 1903
Señor director de La Estrella de Panamá
Presente
Muy señor mío y amigo:
Aunque tenía el firme propósito de no decir una palabra sobre el triste acontecimiento que tuvo lugar en la tarde del día 15 del mes en curso en la Plaza de Armas de esta ciudad y aunque solo pretendía quedarme con la satisfacción que tengo de haber cumplido con el deber que mi carácter sacerdotal me imponía en día tan triste, me veo obligado a romper ese propósito ante las versiones y comentarios que algunas personas han hecho del estado en que el infortunado Victoriano Lorenzo en aquellos momentos se encontraba; y desearía fuera el periódico de su digna dirección, órgano imparcial, el que me prestara hospitalidad para poner las cosas en su lugar y dar un solemne mentís a aquellos que quisieron ver en estado de embriaguez al desgraciado reo, en aquellos fatales momentos: esta es la principal razón que me obliga a tomar la pluma y al mismo tiempo, el que alguno, ya inocente, ya intencionalmente, quisiera hacerme cooperador de lo que al reo se le quiere atribuir.
Desde el momento en que, en cumplimiento de mi deber, penetré en la prisión a las 9:30 a.m., nada absolutamente tomó el reo Victoriano, que no pasara por mis manos, excepto, desde la 1 p.m. hasta las 2 p.m., en que tuve que salir de la prisión dejando, a solicitud mía, en compañía del desgraciado, al muy RP Rector del Seminario, a quien supliqué hiciera mis veces mientras iba yo a traer el Santo Viático, que recibió Victoriano Lorenzo con edificación, arrodillado, contestando con entereza y claridad a las diferentes preguntas que le dirigí sobre los misterios de nuestra sagrada religión, como son testigos muchísimos que presenciaron el acto, quienes distintamente pudieron oír cuando, delante de la Hostia Consagrada, pidió perdón a los que él había ofendido y concedió con todo su corazón el más amplio perdón a los que le habían agraviado; a varios de estos testigos conocí al pasar por el patio que procedía a la prisión, pero en esta solo pude conocer por lo próximo que a mí estaban al señor general don RP Rector y al joven que me había acompañado en tan solemne acto, Horacio Méndez.
‘Padre mío, vea: la muerte no me hace llorar y con el recuerdo de mi hermana lloro'.
Terminado este acto consolador, le hice sentar y, desalojada la prisión, le exhorté lo que mi conciencia me dictaba, pues el tiempo urgía y la hora se aproximaba. En atención al calor sofocante que en la prisión se sentía y con el objeto de que no decayera su ánimo, mandé a traer, a petición suya, por tres o cuatro veces (no puedo afirmar si fueron tres o cuatro) tres o cuatro tragos de brandy (nada de botella), pagando una vez cuatro reales ($0.40), cuya cantidad de licor le daba en dos y hasta tres veces, junto con agua muy helada; continuando en la misma serenidad de ánimo que por la mañana tenía, como lo pude ver por las diferentes recomendaciones que me hizo, ya para su legítima esposa como para otras personas, y que yo en parte he cumplido, y las que me faltan cumpliré.
El señor reportero de El Mercurio puede atestiguar si en todo el tiempo que duró el reportaje observó alguna cosa que pudiera hacer creer el estado que se le quiere atribuir; los instantes eran preciosos y yo habría sido cruel y criminal si hubiera permitido que hubiera llegado a tal estado, pues precisamente lo que yo necesitaba era la completa lucidez de su inteligencia para discurrir bien en los cortos momentos de vida que le restaban. Su pulso latía con regularidad a las cuatro y quince minutos (4:15 p.m.), como pude observar al presentarme su brazo. ¡Podía estar ebrio, cuando después de darme la última recomendación para la única hermana que tenía, ante cuyo recuerdo lloró, diciéndome: ‘Padre mío, vea: la muerte no me hace llorar y con el recuerdo de mi hermana lloro', me ruega y suplica… ‘Padre, no permita que me saquen de este lugar sin haberme reconciliado y hasta que no reciba su última bendición'! El momento fatal se acercaba; faltaban 10 minutos y, sereno aún, me preguntaba ¿cuánto falta? ¿Qué hora es? Yo, no teniendo el valor para decirle o, mejor dicho, obrando como cualquiera hubiera procedido si se encontrara en mi lugar, ocultando la hora, le contesté: ‘La hora se aproxima…. Valor'… y en aquel momento le entraron la comida que un cuarto de hora antes me había suplicado; pero en el mismo momento en que yo le aconsejo que comiera tranquilo, se presentó la escolta a la puerta de la prisión y, en aquel momento, es verdad, el hombre, es hombre, el hombre ama la vida, y aquel hombre de voluntad de hierro ve la escolta que le aguarda, que ha llegado el momento fatal, y entonces, una excitación nerviosa le obliga a pronunciar en voz alta: ‘quiero comer, que esperen'.
Pero al oír mi voz, que como padre le llama, testigos son varias personas que lo presenciaron, se levanta, me toma la mano, y acongojado, me dice: ‘Padre mío, ¿he ofendido a alguno con mis palabras?'. ‘Come tranquilo, hijo mío', le contesté, y luego, él obediente a la voz del que manda la escolta, que declara llegada la hora, se levanta, ponse frente al Crucifijo, y tomándome por la mano, exclama: ‘Padre mío, ante esta imagen de Jesucristo declaro que perdono a todos y pido perdón a todos, y a nombre de todos déme usted un abrazo (que le di de muy buena gana) y su última bendición'. ¿Podía estar ebrio, quien después de estas palabras toma en sus manos el Crucifijo, lo besa y dice: ‘Vamos padre mío, es la hora, no me abandone'? ¿Podría estar ebrio quien, en vista del patíbulo, me dice: ‘Padre mío, qué debo de rezar?' ¿Podía estar ebrio quien repite todas las palabras que yo le iba diciendo?¿Podía estar ebrio cuando, atado ya a la silla, me llama y me dice: ‘Padre, no puedo poner sobre mi pecho el Crucifijo'?, el cual le puse sobre su corazón. ¿Podía estar ebrio, cuando no faltando sino tres o cuatro segundos para entregar su alma al Supremo Hacedor, repite las palabras que yo le dicto: ‘Jesús mío, en tus manos encomiendo mi espíritu'?
Dícese que cuando salió a la plaza caminaba con paso inseguro; no es verdad, pues inmediatamente de salir de la puerta del cuartel, al ver yo la impresión que le causaba la multitud que le contemplaba, le dije ‘hijo mío… recuéstese en mí', al tiempo que lo sostenía por el brazo, a lo que él con entereza me contestó ‘no, padre mío, estoy tranquilo, cúmplase la voluntad de Dios'. Dícese que estaba demudado cuando dirigió su palabra, es verdad; pero póngase cada uno en su lugar y la consideración de la muerte que le espera es suficiente para alterar al más valiente. Yo no me separé de él en todo el día; yo que sé cómo él pensaba; yo que pude conocer a fondo la entereza de su carácter, la valentía de aquel corazón, protesto de lo que se ha querido atribuir y asimismo declaro que estaba en prefecto conocimiento de todo lo que sucedía y murió como un verdadero cristiano. Creo, señor Director, que al dirigir a usted la presente, he cumplido con una obligación de conciencia. Dios guíe a usted, y dándole las más expresivas gracias por dar acogida en su periódico a la presente, me suscribo de usted, afectísimo, Fr. Bernardino García de la Concepción A.D.”
El planeta tiene a muchos Victoriano Lorenzo. Esa dama que le cantó al idolatrado cerro Ancón también lo hizo con el Cholo guerrillero.
“A la muerte de Victoriano Lorenzo
de Amelia Denis de Icaza
¡Atado! y ¿para qué? si es una víctima
que paso a paso a su calvario va
lo lleva hasta el banquillo la república
y con ella en el alma a morir va.
¡Atado! y ¿para qué? frente al suplicio
los soldados esperan la señal,
el plomo romperá su pecho heroico
que ostentaba lo enseña liberal.
Marcha a su lado el sacerdote trémulo
hablándole del cielo y de perdón
lleva un Cristo en las manos, y está pálido
murmurando en silencio una oración.
El sigue su camino siempre impávido
sin el hondo sufrir del criminal
libre nació bajo sus grandes árboles
y en ruda lucha defendió su ideal.
De hombres nacidos en las selvas vírgenes
en grupos de invencibles lo siguió
que allá en nuestras montañas, el indígena
puede morir, pero, rendirse no.
Se hizo su jefe el montañés intrépido,
el campo de batalla fue su altar
y el órgano divino, el ruido horrísono
del cañón enemigo al estallar.
Y ni el invierno con sus noches lúgubres
detuvo nunca su carrera audaz.
Como el león de los bosques en América
ni dio cuartel ni lo pidió jamás.
Soñó con la victoria, fue su ídolo
y en su mano nervuda se rompió
tras el ideal la noche con lo trágico
que el astro rey en el ocaso hundió...
Y después... Y en las sombras del crepúsculo
en un lago de sangre el corazón;
y el pueblo que se aleja del patíbulo
murmurando una horrible maldición.
Su centro era el peligro, nunca el pánico
hizo su corazón estremecer
se alumbraba con luces de relámpago
cuando iba el enemigo a sorprender.”
Así es… acabaron con la vida física de un cholo campesino, pero le dieron vida a una leyenda que hoy nos inspira.