El último cartucho

Llegó a su casa feliz
  • jueves 15 de febrero de 2018 - 12:00 AM

Los cuatro días de la farsa del rey Momo dejaron a muchos desplatados, dejados, bravos, cansados a varios y a Lorenzo malhumorado y triste. Había pasado todos esos días encerradito. Su mujer no le permitió ni siquiera ver los reportes del Carnaval por la televisión: dos templones de oreja le dio cuando lo descubrió viendo a las garotas menearse. Por eso se apartó cuando los compañeros se reunieron para narrar las travesuras de la fiesta de los panameños. En una esquinita de la oficina, calladito y con cara de fastidio, lo encontró el gerente, quien le preguntó qué le pasaba. ‘Mi mujer me tiene casi que secuestrado, me revisa a diario, me huele mi cuerpo y mi ropa, hasta los zapatos, la ropa interior la examina con una lupa, para Carnaval no pude ir ni a la esquina ni ver la televisión, ha amenazado con prohibirme que salga a trabajar', le dijo.

El gerente lo miró durante varios segundos y luego sugirió que había que darle una lección a esa maltratadora: ‘Váyase con otra por ahí y dele plomo, dele duro, para que no le quede nada para ella, si no tiene plata, avíseme, que para eso estoy yo'. Lorenzo salió pensativo, pero más calmado del despacho y pasó la mañana meditando. Fue a las tres en punto que le preguntó a Itzel cuánto. La mujer se puso la mano en la cintura y contestó: ‘Bueno, si cuando yo estaba joven cobraba cien…'. ‘Ahora cobras la mitad', dijo Lorenzo emocionado, porque pensó que a más edad menor tarifa. ‘No, qué va, ahora es más, ahora se añade la experiencia, y eso pesa, y mucho'.

Convinieron la cantidad, que él tuvo que pedirle al jefe, quien la duplicó: para que le des lo que sobra a la cabrona esa, métele el cuento de que andabas camaroneando. A las que son como ella tenemos que andarles por delante, se las saben todas, agregó el hombre, que también se sentía víctima de las ‘maltratadoras'.

Aunque Lorenzo era tímido de nacimiento pudo disfrutar la tarde con Itzel, quien se sabía varios ‘números' que a él le parecieron muy interesantes. No tienes mucha experiencia, le dijo ella cuando regresaban del ‘encuentro'. Lorenzo asintió con la cabeza y le dio la paga acordada. ¿Ni una propinita?, preguntó ella. Ahora negó él con la cabeza y siguieron un buen rato en un incómodo silencio que ella rompió cuando le avisó que se quedaba en la siguiente parada de buses. ‘Por ahí te aviso para que salgamos otra vez', le dijo él cuando se despidieron.

Llegó a su casa feliz, seducido por la idea de haberse vengado del encierro en que lo mantuvo su mujer durante los Carnavales. Entró llamándola a gritos e igual le contestó ella preguntándole dónde estaba el dinero del trabajito. ‘Está en el carro', respondió el hombre y caminó hacia el auto seguido de ella.

Le entregó la plata y le dijo que el cliente necesitaba varios trabajos más por lo que estaría saliendo todos los fines de semana, la esposa con plata en mano no indagó mucho y Lorenzo contento se dijo que aunque sea había disfrutado el último cartucho.