Un perfume bellaco

Muchos le comentaron que el don tenía fama de duro
  • viernes 22 de agosto de 2014 - 12:00 AM

En la procesadora de carnes pasaba lo que en todas las compañías: a escondidas se vende toda clase de mercadería, desde el mágico condón que lo agranda hasta el afrodisiaco capaz de levantárselo a los contemporáneos de Matusalén. Una de las que ganaba el doble de su salario con estas ventas prohibidas era Natalia, quien siguió con su tráfico de chécheres pese a que el nuevo director envió una nota que decía clarito: Se prohíbe terminantemente cualquier tipo de venta en esta empresa. Al que insista se le volteará la paila en el acto.

Muchos le comentaron que el don tenía fama de duro. ‘A ese no le tiembla la mano cuando hay que despedir a alguien’, le dijeron, pero Natalia contestó que ella no le tenía miedo a ese cholo, y que este no la botaría porque era grande el billetón que tendrían que pagarle. ‘Son 29 años que no se fuman en pipa, oyeron’, les dijo y sacó de una bolsa la mercancía nueva.

‘240 este perfume en cuatro pagos, el hindú se los vende más caro y va todos los domingos a tocarles la puerta a las seis de la mañana’, pregonaba y les daba a oler las fragancias.

Fue Tino, el aseador, el único que se interesó en la mercadería. Los otros, que no compraban, pero tampoco trabajaban por estar atentos a las transacciones, empezaron a molestar al potencial comprador: ‘Vaya, Tino, tienes plata, mira el perfumito millonario que te vas a comprar, ¿lo vas a usar para ponérselo a la escoba o solo para ir al pindín?’.

El compañero los miró serio y soltó el perfume. ‘No voy a comprar ni m…’, les gritó y se fue con su escoba, seguido de Natalia que lo llamaba desesperada porque se le escapaba la venta. No logró convencerlo, el hombre iba vuelto el diablo y no accedió a la rogativa de la vendedora, quien regresó airada a reclamarles a los demás.

Formaron un plequepleque descomunal porque en la discusión alguien dijo que ese mismo perfume costaba 45 palitos en las perfumerías.

Será imitación, este es el legítimo, repetía la comerciante, quien se calló cuando oyó a otra compañera decir que ese perfume era riquísimo y que quedaba por horas en la nariz y que ¡ay! El comentario le revolvió el hígado a uno de los presentes. Caminó airado hacia la parlanchina, que era su mujer, y le preguntó ‘¿con quién coño saliste?, yo jamás he usado ese cabrón perfume’.

La dama se arrepintió enseguida de haber abierto su boca, pero ya aquel estaba encima de ella, golpeándola e insultándola. Varios salieron a defender a la habladora, porque el marido se embruteció ante la sospecha de que le habían dado queme. Cuando lograron someterlo, había desaparecido el perfume, y, lo peor, el jefe llevaba rato mirando el enfrasque.

‘Hasta hoy laboraste aquí, Natalia’, ordenó y no cambió de parecer, pese a que ella pedía que también botaran a los otros, que el escándalo no lo había formado ella sola. ‘Es cierto, pero tú fuiste la culpable, tú y tus ventas, ahora tendrás todo el tiempo del mundo para ir de casa en casa vendiendo lo que te dé la gana’, le dijo el mandamás.