- martes 14 de febrero de 2017 - 12:00 AM
Bien lo dice la sabiduría popular: Donde hay mujeres jóvenes y viejos el diablo no anda lejos. A un vétero platudo y ganoso de mujer joven y bonita le salió una mataviejos bellaca que, además de adornarle las canas y desplumarlo, casi lo manda a la tumba. Pacho llevaba un montón de desilusiones de amor, pero seguía encaprichado con las mujeres jóvenes, de cuerpos con mucha abundancia de carne en tres puntos básicos y caras de reinas de Carnaval. A pesar de sus muchos años, andaba alborotado con Yaribeth, una muchachita que tenía innumerables deudas y ambiciones económicas, por lo que rápido le dio el sí para el noviazgo que pronto se transformó en boda porque ella ya estaba cansada de andar en bus o bregando con los taxistas novoy. Su estrategia de combate fue no soltarle nada hasta que hubo repicar de campanas. La noche de bodas se le complicó a Pacho, pues al momento de la intimidad sintió unos calambres y mareos que apenas le permitieron escuchar y disfrutar los gritos de dolor de Yaribeth al perder la supuesta virginidad que, según ella pregonó, tenía reservada para él. Unas tacitas de té de jengibre y compresas de infusión de caléndula helada le trajeron una leve mejoría de dos días, que él aprovechó para hacerle cosquillas a su mujer. Al tercer día arreciaron los calambres y los mareos, ahora acompañados de otros malestares que mandaron a Pacho al hospital, de donde, tras una serie de exámenes diarios durante un mes, lo enviaron de regreso a la casa, lleno de pastillas, pero sin saber cuál era el padecimiento. A pesar de la oposición de los hijos de Pacho, dominaron los deseos de Yaribeth y regresó con ellos un enfermero que se encargaría de atenderlo y de darle puntualmente el montón de pastillas que le prescribieron los galenos pese a que no sabían qué tenía. ‘Este es Ricardo, el enfermero de mi marido', les decía Yaribeth a todos los vidajenas que querían saber quién era el tercero en la casa de Pacho, que seguía con los calambres y mareos a pesar de que el susodicho no omitía ni una pastillita ni descuidaba las otras indicaciones, especialmente la medicina para dormir, la que le daba a las siete en punto, hora en que lo ponía a roncar hasta las nueve de la mañana del día siguiente, cuando lo despertaban el agobiante calambre y los mareos. Tras dormirse Pacho, Ricardo asumía el control absoluto del hogar y le hacía la segunda en el lecho nupcial. Yaribeth estaba radiante de felicidad, pero esta se le vino abajo cuando del interior llegaron varias tías y sobrinas de Pacho, alarmadas por el mal del pariente. La visita le puso la vida de cuadritos, porque la tía mayor de Pacho empezó a revisar los medicamentos y a hacer varias llamadas, entre ellas una que la llenó de preocupaciones: ‘Páseme al jefe de la banda, al principal, que necesito un trabajito bien hecho, para que aprendan a respetar', decía la interiorana.