- domingo 01 de diciembre de 2024 - 12:00 AM
Ser taxista en Panamá Oeste, en estos tiempos, no es tarea fácil. La delincuencia ha aumentado considerablemente, y la violencia se ha convertido en un escenario común al que los conductores deben enfrentarse a diario.
Hasta el 31 de agosto de 2024 se reportaron 41 homicidios en la décima provincia , un 20% más que en el mismo periodo del año anterior. En este triste listado también figuran taxistas. Entre ellos,un conductor, de 54 años, que fue hallado calcinado en La Chorrera.
Para entender lo que significa un profesional en el volante en un área tan vulnerable, El Siglo acompañó a uno de estos valientes trabajadores durante una jornada de ocho horas. La cita fue el pasado sábado a las 7:00 p.m., hora en que el taxi comenzó su recorrido por las calles de Arraiján y sus alrededores.
Al principio, todo parecía una noche común: la primera carrera fue un policía que solicitó ser llevado a Brisas del Golf, en Arraiján. Las horas pasaban, y mientras el taxista dejaba un pasajero, otro subía. Todo transcurría con tranquilidad, o al menos, eso parecía.
En el interior del vehículo sonaba música cristiana, pues el conductor, es un hombre de fe. A pesar de que lleva solo dos años al volante, se siente agradecido por no haber sido asaltado hasta ahora. Sin embargo, admite que hay lugares que le provocan nervios, pero confía en la protección de su Dios.
A las 8:00 p.m., una joven de piel morena subió al taxi y solicitó ser llevada al sector de Chumical de Vacamonte, una zona peligrosa de ese corregimiento. Al ingresar al lugar el ambiente cambia: la tensión se siente en el aire. Los residentes observan con desconfianza el vehículo pasar, y el corazón de la periodista que acompaña al taxista comienza a latir más rápido. Al dejar a la pasajera, cuya carrera costó dos dólares, le pregunto cómo hace para entrar a estos lugares tan peligrosos.
“Entro confiando en Dios, si fueran dos tipos pidiendo la carrera, no les habría parado”, responde con una tranquilidad que sorprende, mientras avanza por las calles de Arraiján.
La situación se torna aún más peligrosa cuando, hace dos meses, un taxista le relató una experiencia estremecedora a la periodista. Un par de jóvenes menores lo habían intentado asaltar en Vacamonte. La carrera había sido a la barriada La Reina, y al llegar a destino, los jóvenes lo amenazaron con un cuchillo. Tras un forcejeo, el taxista arrancó el vehículo, pero uno de los agresores lo cortó en el cuello.
Afortunadamente, la herida fue superficial, y en su lucha se estrelló con una casa; el impacto asustó a los asaltantes, quienes huyeron rápidamente hacia un atajo que los llevaría al Chumical. La policía llegó poco después y trasladó al taxista a urgencias, ya que, horas después del ataque, se desmayó por la pérdida de sangre. “Estoy vivo gracias a Dios, y que la herida no fue profunda”, contó el afectado.
El miedo se apodera de muchos taxistas que deben estar alerta en cada recorrido. Más tarde, otra carrera rumbo a El Chorrillo, en Vacamonte, lleva al conductor por áreas igualmente conflictivas.
Al entrar en el barrio, las calles se llenan de música, vendedores ambulantes y el característico aroma de los saos, patacones y pescado frito. Muy parecido a El Chorrillo de la capital.
A las 10:00 p.m., una nueva solicitud interrumpe la calma de la noche: una carrera hacia Flor del Cerro, en Cerro Silvestre, un barrio conocido por su violencia. Justo antes de llegar, la calma se quiebra de golpe: un grupo de diez personas, armadas con palos y cuchillos, rodean a un hombre dentro de su casa. El conductor, con una serenidad sorprendente, le pide a la periodista que se mantenga tranquila.
Pero la tensión es innegable, como si cada segundo pudiera desencadenar algo aún peor. Tras unos minutos que parecen eternos, los agresores se dispersan al oír las sirenas de la policía. Al llegar los uniformados la casa está vacía y no hay rastros de la víctima, a quien un vecino identificó solo como “Irving”. “¡Sal, Irving, llegó la policía!”, gritó el vecino desde la calle, pero lo único que respondió a ese llamado fue un abrumador silencio.
A pesar de la sensación de alerta, el taxista, como siempre, continúa con su trabajo. Se detienen a comer una pizza, pero la inquietud por lo sucedido con la víctima persiste en la mente de la periodista. La noche parece no terminar nunca.
El viaje sigue. En el barrio El Tecal una joven visiblemente ebria sube al taxi. No tiene el dinero para pagar la carrera, y eso se descubre al llegar al lugar; es necesario esperar a que alguien en su casa le pague lo que adeuda. La joven tambaleante lucha por mantenerse en pie, mientras el conductor no puede evitar sentirse inquieto por el retraso; sonó tres veces el pito del auto, indicando que se moviera a pagar. Fueron más de cinco minutos para recibir los $2.50.
Era la 3:00 a.m. cuando se realiza la última carrera: dos adultos mayores a bordo del taxi, provenientes de Ciudad Esperanza. Con amabilidad, el hombre le dice al conductor: “Solo tenemos $1.50”. A lo que el taxista, con una sonrisa, responde: “No se preocupe, suban, yo les ayudo”. La tarifa original era de $2.50.
Al final de esta jornada, el taxista continúa su ruta. Con cada pasajero, con cada historia que recoge en el camino, el riesgo siempre está presente, pero también lo está la esperanza y la fe en Dios.
Ser taxista en Panamá Oeste, en estos tiempos, no es tarea fácil. La delincuencia ha aumentado considerablemente, y la violencia se ha convertido en un escenario común al que los conductores deben enfrentarse a diario.
Hasta el 31 de agosto de 2024 se reportaron 41 homicidios en la décima provincia , un 20% más que en el mismo periodo del año anterior. En este triste listado también figuran taxistas. Entre ellos un conductor, de 54 años, que fue hallado calcinado en La Chorrera.
Para entender lo que significa un profesional en el volante en un área tan vulnerable, El Siglo acompañó a uno de estos valientes trabajadores durante una jornada de ocho horas. La cita fue el pasado sábado a las 7:00 p.m., hora en que el taxi comenzó su recorrido por las calles de Arraiján y sus alrededores.
Al principio, todo parecía una noche común: la primera carrera fue un policía que solicitó ser llevado a Brisas del Golf, en Arraiján. Las horas pasaban, y mientras el taxista dejaba un pasajero, otro subía. Todo transcurría con tranquilidad, o al menos, eso parecía.
En el interior del vehículo sonaba música cristiana, pues el conductor, es un hombre de fe. A pesar de que lleva solo dos años al volante, se siente agradecido por no haber sido asaltado hasta ahora. Sin embargo, admite que hay lugares que le provocan nervios, pero confía en la protección de su Dios.
A las 8:00 p.m., una joven de piel morena subió al taxi y solicitó ser llevada al sector de Chumical de Vacamonte, una zona peligrosa de ese corregimiento. Al ingresar al lugar el ambiente cambia: la tensión se siente en el aire. Los residentes observan con desconfianza el vehículo pasar, y el corazón del periodista que acompaña al taxista comienza a latir más rápido. Al dejar a la pasajera, cuya carrera costó dos dólares, le pregunto cómo hace para entrar a estos lugares tan peligrosos.
“Entro confiando en Dios, si fueran dos tipos pidiendo la carrera, no les habría parado”, responde con una tranquilidad que sorprende, mientras avanza por las calles de Arraiján.
La situación se torna aún más peligrosa cuando, hace dos meses, un taxista le relató una experiencia estremecedora a la periodista. Un par de jóvenes menores lo habían intentado asaltar en Vacamonte. La carrera había sido a la barriada La Reina, y al llegar a destino, los jóvenes lo amenazaron con un cuchillo. Tras un forcejeo, el taxista arrancó el vehículo, pero uno de los agresores lo cortó en el cuello.
Afortunadamente, la herida fue superficial, y en su lucha se estrelló con una casa; el impacto asustó a los asaltantes, quienes huyeron rápidamente hacia un atajo que los llevaría al Chumical. La policía llegó poco después y trasladó al taxista a urgencias, ya que, horas después del ataque, se desmayó por la pérdida de sangre. “Estoy vivo gracias a Dios, y que la herida no fue profunda”, contó el afectado.
El miedo se apodera de muchos taxistas que deben estar alerta en cada recorrido. Más tarde, otra carrera rumbo a El Chorrillo, en Vacamonte, lleva al conductor por áreas igualmente conflictivas.
Al entrar en el barrio, las calles se llenan de música, vendedores ambulantes y el característico aroma de los saos, patacones y pescado frito. Muy parecido a El Chorrillo de la capital.
A las 10:00 p.m., una nueva solicitud interrumpe la calma de la noche: una carrera hacia Flor del Cerro, en Cerro Silvestre, un barrio conocido por su violencia. Justo antes de llegar, la calma se quiebra de golpe: un grupo de diez personas, armadas con palos y cuchillos, rodean a un hombre dentro de su casa. El conductor, con una serenidad sorprendente, le pide al periodista que se mantenga tranquila.
Pero la tensión es innegable, como si cada segundo pudiera desencadenar algo aún peor. Tras unos minutos que parecen eternos, los agresores se dispersan al oír las sirenas de la policía. Al llegar los uniformados la casa está vacía y no hay rastro de la víctima, quien un vecino identificó solo como “Irving”. “¡Sal, Irving, llegó la policía!”, gritó el vecino desde la calle, pero lo único que respondió a ese llamado fue un abrumador silencio.
A pesar de la sensación de alerta, el taxista, como siempre, continúo con su trabajo. Se detienen a comer una pizza, pero la inquietud por lo sucedido con la víctima persiste en la mente de la periodista. La noche parece no terminar nunca.
El viaje sigue. En el barrio El Tecal una joven visiblemente ebria sube al taxi. No tiene el dinero para pagar la carrera, y eso se descubre al llegar al lugar; es necesario esperar a que alguien en su casa le pague lo que adeuda. La joven tambaleante lucha por mantenerse en pie, mientras el conductor no puede evitar sentirse inquieto por el retraso; sonó tres veces el pito del auto, indicando que se moviera a pagar. Fueron más de cinco minutos para recibir los $2.50.
Era la 2:30 a.m. cuando se realiza la última carrera: dos adultos mayores abordo del taxi, provenientes de Ciudad Esperanza. Con amabilidad, el hombre le dice al conductor: “Solo tenemos $1.50”. A lo que el taxista, con una sonrisa, responde: “No se preocupe, suban, yo les ayudo”. La tarifa original era de $2.50.
Al final de esta jornada, el taxista continúa su ruta. Con cada pasajero, con cada historia que recoge en el camino, el riesgo siempre está presente, pero también lo está la esperanza y la fe en Dios.