Réquiem por un hombre bueno

Cuando el país seguía convulsionando por las inapropiadas y discordantes, amén de infantiles tirando a ignorantes palabras del futuro presidente de Estados Unidos, nos enteramos de la muerte del expresidente Jimmy Carter, que en su momento firmó los tratados Torrijos-Carter, que nos ha permitido a los panameños, por 25 años, usufructuar nuestra posición geográfica, que por más de 70 años había producido ganancias impensables al país del norte, que pagaron con creces la inversión millonaria que ahora lloriquea el desubicado presidente electo.

Jimmy Carter supo, más que ningún otro presidente estadounidense, comprender al continente latinoamericano, y durante su mandato no propició ninguna guerra ni lanzó amenazas como las que hemos tenido que escuchar desde hace una semana por parte de quien ocupará la Casa Blanca por los próximos cuatro años. Su muerte, que ha sido lamentada por todo el pueblo panameño, no llega sin previo aviso: tenía 100 años, los suficientes para sentir que había cumplido con creces su misión en esta vida en todo sentido, en lo personal, político y ético. Obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2002 por su trabajo en la búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos y en la promoción de los derechos humanos, que fue una crítica velada a la campaña de George W. Bush por querer intervenir en Irak.

Jimmy Carter pagó en su momento un alto costo político al no ser reelecto para un segundo mandato, pero se erigió en un referente con su Centro Carter, fundado en 1982 con la misión de mediar en procesos electorales y crisis internacionales y reforzar los sistemas nacionales, regionales e internacionales dedicados a la democracia y los derechos humanos, al tiempo que se esfuerza en erradicar enfermedades en América Latina y África.

Descansa en paz, querido presidente, y gracias por tanto, para los panameños y todos los que fueron tocados por su bondad y justicia.