• viernes 03 de enero de 2025 - 2:01 PM

Hace 35 años se entregó ¿Por qué temía tanto Noriega a morir asesinado?

Varios sábados y durante cuatro o cinco horas, conversó con el general Noriega

Varias personas tuvieron la oportunidad de conversar con Manuel Antonio Noriega durante el tiempo que estuvo preso en El Renacer. Tal vez, sin temor a equivocarme, una de ellas que pasó más tiempo con él, fue la periodista Lissette del Carmen Carrasco.

Varios sábados y durante cuatro o cinco horas, conversó con el general Noriega, cara a cara. Allí pudo darse cuenta de muchas verdades que, en cualquier momento, las publicará. Hace 35 años Noriega se entregaba a las fuerzas invasoras. Para mí tres hechos fueron determinantes para que se rindiera y abandonara la Nunciatura.

El primero, cuando Marc Cisneros le recordó la suerte del dictador italiano Benito Mussolini. Las masas rebasaron los obstáculos y acabaron con él de la forma más escalofriante. Segundo, igual destino tuvo, para esos tiempos, el dictador de Rumania y el tercero, cuando Cisneros le dijo a Noriega que no podrían contener a los civiles que desean penetrar a la Nunciatura para tomarse la justicia por las manos. Noriega tenía temor de morir asesinado. Este es el relato de la colega Carrasco quien lo publicó en el diario español La Vanguardia.

“Fue en la víspera de la Navidad de 2016, el ex general Manuel Antonio Noriega confiesa su temor a morir asesinado ese diciembre de 1989 por las balas del ejército estadounidense. Por primera vez me reconoce: “Tengo mucho miedo. No quería morir así, herido y agonizando en un charco de sangre”.

Puesto que, al ser militar, conocía del sufrimiento de los lesionados con arma de fuego, el cuerpo siente el golpe de calor y unos segundos después el profundo dolor y, dependiendo del sitio en la que se aloje la bala, se suele fallecer desangrado. “Estaba perdido. España me había negado el asilo. Trataba de llegar al Darién, era mi salvación y resistir en espera de la reacción internacional”, me explicó. Pero no fue así.

Abandonado a su suerte y con pocos leales a su lado. Y, armado con una USIS, pide a los pocos amigos que le quedan contactar al Nuncio Apostólico, José Sebastián Laboa, español nombrado unos años antes por el Papa Juan Pablo II en sustitución de Blasco Francisco Collaso. Sus interlocutores logran sostener la deseada conversación con el Nuncio. Este estaba consciente que la única solución para evitar más derramamiento de sangre era que Noriega se entregara. Acepta la propuesta de otorgarle un asilo provisional junto con los suyos en la Nunciatura, con el compromiso de iniciar los trámites de su rendición ante las tropas estadounidense.

Esa tarde del 24 de diciembre de 1989, vestido con una guayabera blanca, pantalón negro, con un sombrero pintado y lentes oscuros consigue llegar a la cita programada. Entrega su arma, acto que imitan quienes le acompañaban y se introducen sigilosamente en los autos que les habían asignado. En su recorrido evaden varios retenes militares estadounidenses al portar los vehículos placas diplomáticas inviolables. De esta manera esquivan a las fuerzas especiales estadounidenses que tenían como misión su captura, y casi lo logran al rendirse uno de sus de sus escoltas, quien en compensación para no ser procesado le da las coordenadas en la que se esconde el fugitivo. Llegaron horas después de su partida.

Días antes recuerda que comía poco y bebía mucho alcohol, así se sostenía para estar obnubilado de la realidad que le consumía. Jamás pensó que eso sucedería ese día, todo parecía presagiar que la acción militar sería después de Navidad. Cuán equivocado estaba, sus contactos de la CIA le engañaron. Noriega cuenta que, a su llegada en calidad de asilado a la Nunciatura, lo primero que pide es un baño. - “Me bañé (duché). Y, luego logré dormir casi un día”.

Se olvidó, por unas largas horas, del desvelo e incertidumbre que le ocasionó desde las 11:45 de la noche del 19 de diciembre 1989 el anuncio, en cadena nacional, del presidente de Estados Unidos, George Bush, que la invasión militar a Panamá había iniciado. Durante los 10 días que duró su refugio en la Nunciatura tuvo poca comunicación, la necesaria. Decidió leer la Biblia, buscaba una respuesta y un alivio a su soledad. Se sentaba junto a los demás huéspedes para las tres comidas.

Compartía la mesa con cuatro etarras que habían sido deportados a Panamá y traslados a la Nunciatura por “razones de seguridad” el día de la acción militar. Antes de probar bocado daban las gracias a Dios por los alimentos. - “No me molestaba el ruido de la música de rock de las bocinas de los gringos. Era mi consciencia, me angustiaba mi futuro. La preocupación por mis hijas, mi esposa y mi familia”. Lo había perdido todo y su gran temor era que su vida terminara en manos de sus adversarios.

En las noches mantenía su habitación a oscuras para no ser visto. Desde allí, adquirió la costumbre de tener a la mano una botella de alcohol terapéutico el cual utilizaba para olerlo y lograr con ello aliviar los ataques de pánico. Desde su llegada a la Misión Diplomática, se producen los primeros contactos al nombrar el presidente Bush al general Marc Cisneros como negociador y el Nuncio Laboa como el interlocutor de ambos bandos.

Relata Cisneros, en una entrevista que concedió a varios medios de comunicación, que entre los mensajes verbales entre él y el Nuncio este le expresa su temor ante la posibilidad de las tomas de rehenes y de darse: “¿Si las tropas invasoras asaltarían la Nunciatura?”. A lo que responde: “Si soy yo el rehén entonces tiene permiso para entrar a salvarme”. Mientras se producían las negociaciones, miles de panameños al conocer la noticia acuden a las afueras de la Nunciatura exigiendo la entrega de Noriega, situación que aprovecha el general Cisneros para enviarle un mensaje a través de Laboa:

- “¿Sabes lo qué te va a pasar a ti? Lo mismo que le ocurrió a -Benito- Mussolini, quien terminó colgado junto a su amante en 1945”. Y, le advierte: “No te podremos salvar de la muchedumbre”. Noriega, estudioso de la Historia, revive aquella escena de horror vivida por el italiano y su compañera, y la autopsia arroja que el cuerpo del dictador fascista tenía alojadas al menos 7 balas propinadas por sus adversarios que destruyeron parte de su rostro.

Su temor por fallecer en esas circunstancias le lleva a preguntar a Cisneros si el delito por el que se le procesa en Estados Unidos conlleva a ser sentenciado a la pena de muerte. A lo que responde el militar estadounidense con un no. La negociación culmina cuando Noriega pide rendirse con la condición de portar su uniforme militar y sus charreteras y que sea su captor el general Cisneros. Todas estas peticiones eran para garantizar su integridad.

Narra que el 3 de enero de 1990 fue un nefasto día de mucho dolor. Deja todo lo que fue para transmutarse en un detenido de la DEA. Juzgado y condenado moralmente por los panameños. Resulta tan contradictorio su conducta, en sus arengas se comprometió a defender con su vida la majestad de la patria, pero ocurrió lo opuesto: ciscarse o llenarse de miedo al sucumbir abatido por las balas y su cuerpo tendido desbordado en sangre. Y ser recordado así, porque para él morir ese día significaba la derrota, la que no le daría la oportunidad de contar la parte de su historia, de ese rompecabezas que aún le faltan piezas.” Y continuaremos difundiendo los testimonios de connotados ciudadanos relacionados con la invasión a Panamá. Estos relatos se encuentran en el libro de 600 páginas el cual lleva por título... “La invasión reconstrucción de los hechos.” Abrazos y que Dios nos bendiga.

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