- lunes 20 de junio de 2011 - 12:00 AM
¿Qué queremos para el país?
Recientemente, nos sorprendimos porque en el exclusivo barrio de Punta Paitilla, los residentes vivieron la desagradable experiencia de que las aguas negras anegaban sus lujosas viviendas, algo que a los que viven en El Chorrillo o en Barraza no les es tan ajeno ni tan sorprendente. La realidad es que la ciudad de Panamá crece hacia arriba y hacia los lados en forma desordenada y sin criterio, mientras la infraestructura que la soporta, como es el alcantarillado, acueducto, electricidad y otros, no se mejora y peor aún, se recarga con más y más salidas.
La limpieza de la bahía nunca se podrá terminar si se sigue tirando al mar en forma indiscriminada todo lo que se descarta, de cuerpo y alma. Una buena y seria planificación urbanística no es solo querer tener una torre icónica –con lo poco que eso debe representar para el común de los panameños y que va a añadir más tormento a las saturadas tuberías – sino proveer a la urbe de óptimos servicios para que todos los que en ella vivimos aumentemos nuestra calidad de vida.
Si ya de por sí no se aguanta el tráfico a todas horas, ahora agregamos más tormento a una saturación de las tuberías de aguas negras. El Casco Antiguo fue declarado patrimonio de la humanidad y es uno de los sitios, según revistas especializadas de turismo, que hay que visitar antes de morir. Y nosotros, los panameños, queremos zafarnos de esa designación que le pertenece a todos para hacer una costanera que lo bordee. Es el colmo de la terquedad y del egocentrismo,además de una miopía brutal de quienes se presten para acuerpar este disparate.
Panamá pretende ser destino turístico, pero hacemos todo lo que está en nuestras manos para que no venga nadie a visitarnos: poca amabilidad en el trato, falta de señalización de las vías, destrucción de nuestro patrimonio, tanto histórico como nacional (léase el complejo del barrio de La Exposición), construcción a diestra y siniestra y violación del más básico sentido de la estética. Realmente, pareciera que lo que hacemos es gritar al mundo que aquí las sonrisas cuestan un montón, no son gratis, y que ni se acerquen porque vivimos en un caos de heces y tranques vehiculares. Debemos hacer un inventario de nuestras ventajas y enumerar nuestras prioridades para empezar a ejecutar una buena ruta e invitar a otros a descubrirla.
LA AUTORA ES ARQUITECTA Y EX MINISTRA DE GOBIERNO