- viernes 17 de julio de 2020 - 12:00 AM
Al perro más flaco…
Fuera de todo lo que se pueda pensar con relación a la pandemia, solo existen dos puntos concretos alrededor de todos los efectos colaterales que produce el COVID-19.
Las muertes y la afectación de los sistemas económicos, tendrían que ser el enfoque principal de cualquier estrategia que intente contrarrestar este mal. Desde el punto de vista social, los diferentes sectores han tratado de dar explicaciones y formular hipótesis acerca de cómo se debería abordar esta crisis.
No obstante, este evento no tiene forma de compararse con nada que haya ocurrido en los últimos 100 años.
En su primera fase, el miedo colectivo hizo de la ciencia médica el primer eslabón que ató toda la cadena de acciones para enfrentar esta crisis. Desde el Ministerio de Salud se ordenó la paralización de todo el país, a través del modelo cuarentena, sin brindar el tiempo suficiente para adoptar medidas de preparación.
La información que se tenía en los primeros meses del año era, que a todos los países les iba a llegar el virus, que morirían millones de personas y que entre el 60% y 70% de la población sería infectada, pero que el porcentaje de mortalidad sería muy bajo.
Dicho esto, el equipo de asesores del Gobierno Nacional recomendó el cierre de fronteras y la paralización de todas las actividades que no tuvieran que ver con salud y alimentación. La estrategia de contener el virus de la misma forma como se habría hecho hace 100 años, resultó un fracaso.
En enero, febrero y marzo, se perdió valioso tiempo para organizar y preparar la paralización del país, tratando de atajar los contagios, caso por caso, de forma casi artesanal.
El sector empresarial, con razón o no, cumplió sin chistar palabra, a pesar a que nunca vio un plan de cierre y de consecuente reactivación económica. Pero sin duda, dentro de la cadena que sostiene este país, la clase trabajadora terminó siendo el eslabón más vulnerable.
PERIODISTA