La forma engaña, cuando el fondo es llano. La sorpresa electoral de la agrupación VAMOS en las elecciones generales de 2024, hizo creer que se trataba de un fenómeno político; pero es ahí, precisamente, donde comienzan todas las complejidades de gobernar.
La fascinación generacional por el concepto de la libertad de criterio, generó una avalancha de votos para quienes se presentaron en dicha contienda como independientes, dentro de un sistema acostumbrado a exigir la afiliación política como único método de ascenso a los sitios de poder y de toma de decisiones.
Una bancada que comenzó con una veintena de diputados y que se perfilaba para crecer en función de los grupos afines a su pensamiento, terminó absorbida por las viejas prácticas de la negociación política tradicional.
Vamos, a pesar de ser la bancada mayoritaria, se vio obligada a ceder la directiva de la Asamblea Nacional y la mayoría de las comisiones legislativas, en favor de dos colectivos que no sobrepasan los ocho diputados cada uno; y que, en otrora, los había encasillados como protagonistas de la corrupción.
El junte dentro de la misma canasta de las manzanas frescas con las frutas podridas, terminó fermentando todo y emborrachando a la mayoría los nuevos diputados con el gusanito del poder político. Hoy se pueden ver muchas similitudes en cuanto al cinismo, al tono desafiante y al estilo de algunos miembros de VAMOS en el hemiciclo, a diferencia de cuando eran cuatro gatos dentro de una perrera.
Al transcurrir un año, quedó en evidencia que no todos los VAMOS son Juan Diego Vásquez ni Gabriel Silva, dejando en entredicho el criterio utilizado para la selección de candidatos. No todo lo que brilla es oro, la democracia también tiene sus complejidades, pero a pesar de lo que se pueda cuestionar, vale la pena tener la posibilidad de elegir y de ser elegido.
Las encuestas señalan aun, gran admiración por los independientes químicamente puros, mientras que VAMOS, cada día, parece más, un partido político.