- sábado 29 de noviembre de 2025 - 12:00 AM
En un período de aproximadamente 25 años, equivalente a 8900 días, 213, 600 horas, 128, 16,000 minutos he sido afectado por robos en 6 ocasiones (carterista, y en general ladrones de lo ajeno), donde el porcentaje en cualquiera de las variables de la magnitud tiempo sería despreciable; inclusive hay quienes podrían considerar que soy una persona con suerte. Sin embargo, en todos los casos, me he sentido molesto, indignado, vulnerable.
Detrás de todo lo anterior pensaría, estoy vivo, se recuperará lo perdido en un tiempo prudencial o no y que con el pasar de los días y la prioridad de otros logros y problemas pasaré la página y posiblemente pase ser una anécdota más en una conversación con familiares, amigos/as, compañeros/as de trabajo.
Una persona que al menos haya cursado 9 años de estudio en el colegio o escuela, habrá podido ser identificado con problemas – por el personal docente – dada su baja estima, rendimiento académico negativo, inasistencia, hechos que habrán de ser conversados con los padres, tutores.
Son muchas las ocasiones, pero muchas en que los docentes suelen sustituir el rol de los padres, apoyados por los directivos del centro educacional o no, abandonando inclusive los de su propia familia. Acción que no está previsto en un plan de clase, que no está incluido en su fondo de tiempo, que no es pagado, pero si reembolsado espiritualmente de lograr encausar al estudiante que en su momento se equivocó en su comportamiento.
No me canso de decir o escribir que el rol de un docente es increíble, de lo que puede lograr con su actuación cotidiana: cambiar al ser humano, dirigirlo, orientarlo, a que sea una persona de éxito. No tengo dudas que, en una pirámide, en la cima de la misma –orgullosamente – le corresponde dicho lugar a la profesora/o, maestra/o, al catedrático/a.
¿Están de acuerdo conmigo?