• domingo 30 de marzo de 2025 - 7:35 AM

Hace 50 años llegué a la capital

Todavía recuerdo esos momentos. Mi padre me abrazaba cerca de un servicio de letrina. A su lado estaba mi madre quien no podía contener las lágrimas al igual que yo. Su dolor no era tanto por la partida. Ella pensaba en mi enfermedad que me atacó a los trece años. Se trata de la epilepsia, dolencia que me impidió ser el primero en la clase aquel inicio de secundaria en 1969. ¿Quién me iba a socorrer en la capital? Esa era la preocupación más grande. Por aquello de los puestos distinguidos en el Instituto Normal de David me gané una beca para continuar los estudios.

Tenía en mente cuatro profesiones, la de ingeniería de minas, la sicología, la música y el periodismo. Deseché la primera por los consejos de los médicos. Ellos determinaron que, dadas mis condiciones de salud, no debía hacer muchos esfuerzos con la mente. En cuanto a la sicología tuve que descartarla debido que convertiría mi cerebro en un saco de problemas ajenos, el cual no me daría paz. Ella la estudié por correspondencia. La música no cabía debido a que aguantaría sueño en las fiestas. Me fui por el periodismo, pensando en que iba a ser menos pesado. Con el correr del tiempo me di cuenta de que esa profesión es demandante, agitada y llena de mucho estrés, pero aquí me tienen.

Han pasado 50 años de ese viaje a la capital. Pensé en que me graduaría y regresaría a la capital para ejercer el periodismo en mi Chiriquí querida. Cuando llegué a esta ciudad recordaba los consejos de mi padre. “Hijo, allá la mayoría de las personas es mala; tienes que poner cara de serio para que no te hagan daño.” Cuando me bajé del bus en la plaza Herrera del casco viejo, abordé uno de rutas internas. Iba lleno, así que con la maleta pequeña en una mano hice el recorrido de pie. Todavía recuerdo la cara de perro rabioso que ponía. Los que iban a mi lado de seguro que pensaron que era un loco o de la mafia. Esa postura fue el producto del consejo de mi padre, pero creo que me pasé en mis gestos no verbales.

¡Señores, hace 50 años llegué a la capital a buscar un sueño y aquí estoy, feliz y orgulloso, con grandes agradecimientos a Dios por lo que me permitió sembrar en 1975 y hoy cosecho los frutos! Al principio pasé meses de tristeza, desolación y hambre. No tenía dinero y la beca me la empezaron a pagar seis meses después de llegar. Gracias a la decisión de venirme logré forjar más mi carácter y nunca me aparté de los caminos del Señor. Allí ha radicado mis logros. Abrazos y que Dios nos bendiga hoy y siempre.