- miércoles 19 de noviembre de 2025 - 12:00 AM
La pobreza no es sinónimo de suciedad ni de desorden. Una casa limpia siempre dejará una sensación de bienestar en sus habitantes y visitantes. Una cocina limpia, unas ollas brillantes, que pueden ser viejas o nuevas, ya sea por productos especiales o por una simple hoja de chumico que hace resplandecer a cualquier sartén.
La suciedad no es inevitable en la pobreza, sino el resultado de un comportamiento que puede estar en cualquier estrato social. La suciedad se produce por la práctica de una serie de hábitos que pueden generarla o impedir los hábitos de limpieza.
Estos hábitos se adquieren desde la infancia y pueden ser desaprendidos si nos hacemos conscientes de ellos y queremos cambiarlos.
Un espacio desordenado dice mucho del estado emocional o inclusive mental de su habitante. El desorden está relacionado con estados de confusión, de apatía y desgana. Este estado puede presentarse en una mansión o en una choza. La diferencia es que resulta muy posible que en las mansiones haya gente contratada para limpiar y arreglar el desorden, pero quien lo produce sigue generándolo, aunque otro lo limpie.
La limpieza facilita la serenidad para poder pensar y generar ideas, por eso muchas personas necesitan limpiar su espacio de estudio o trabajo antes de entregarse a sus tareas. Ahorran tiempo que pueden utilizar en forma beneficiosa.
Existe un extremo que genera malestar, y es el de las personas obsesionadas con la limpieza (toc, misofobia). Esta condición, en vez de traer bienestar, produce todo lo contrario, genera malestar y paraliza al individuo. Ser limpio y ordenado es una virtud que no tiene clase social y puede ser adquirida.