La inteligencia artificial (IA) ha entrado a nuestro mundo hace tiempo, y vemos que esta ha irrumpido con una fuerza arrolladora, dejando a muchos perplejos: es que estábamos en otras cosas, preocupados por la sobrevivencia y por los estragos de una pandemia de la cual nos recuperamos. Su presencia es tan contundente que ha impactado todas las áreas del hacer humano, desde la economía hasta las artes.
Rotulistas, dibujantes, creativos, artistas, músicos, diseñadores, muchos están en estado de shock. Existen conflictos éticos y un temor a la desaparición y plagio de la obra propia, y turbiedad en cuanto a la creación de la obra que ofrece la IA, generando todo un campo en el derecho de autor.
Hemos escuchado argumentos fatalistas que nos dejan con incertidumbre en nuestro interior, sintiendo que estamos en el fin de la vida.
Ante tanta confusión, lo que me ocupa es investigar este amplio mundo que se ha develado en nuestra mirada, que está presente, pero no visto por muchos. Yo siempre he creído que la tecnología está a nuestro servicio, no nosotros al suyo, y el control lo tiene el ser humano.
Una máquina puede resolver un problema al relacionar y enlazar un gran conocimiento acumulado, pero carece de la capacidad orgánica de sentir y tener principios e ideales.
Debe ser nuestra herramienta para agilizarnos la vida, pero que no sea nuestro verdugo y no genere pereza mental, sino todo lo contrario. Esto dependerá de en qué forma nos adaptamos y regulemos este gigante que llegó para quedarse.
Yo creo en el ser humano y su inteligencia y capacidad de adaptación, no me engaño sobre aquello que está dentro de nosotros y nos deshumaniza.