• sábado 21 de diciembre de 2024 - 12:00 AM

19 de diciembre de 1979 (1)

Hace mucho aprendí que “la lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”; por eso, el pasado jueves, 19 de diciembre, al igual que cada uno de los 45 años anteriores, me resulta imposible evitar que el recuerdo de aquella golpiza se apodere de mi memoria, de mi corazón, de mi cuerpo.

A las cuatro de la tarde de ese 19 de diciembre de 1979, varias decenas de personas se reunían ya en el atrio de la entonces Iglesia Don Bosco (hoy Basílica Menor), atendiendo el llamado que habíamos hecho para protestar contra la llegada del denominado “Rey de Reyes” a Panamá.

Ese 19 de diciembre de 1979, en compañía de más de tres centenares de ciudadanos nos reunimos frente a las escalinatas de la Iglesia Don Bosco, para expresar nuestro repudio a la presencia del Sha en Panamá. No tardaron en aparecer dos oficiales de la Guardia Nacional, Julián Melo y Roberto Armijo, a amenazar que no podía haber marcha “por órdenes superiores”. Los presentes decidimos iniciar la protesta pacífica agrupándonos en la calle. En cuestión de minutos, decenas de guardias uniformados, motorizados y en civil aparecieron de todas las calles aledañas.

Más de 40 motorizados del tránsito se colocaron a unos veinte metros de donde estábamos para iniciar la protesta. Caminé hacia ellos, solo, megáfono en mano. Pensé que querían condicionar la marcha a otra “orden superior”.

No había terminado de llegar cuando el jefe de los motorizados (que después supe se llama Tomás Herron De Diego), se abalanzó y me entró a golpes. Puñetazos y puntapiés cayeron sobre mí, al tiempo que gritaba junto al tenebroso G-2, Fritz Gibson Parrish, alias Sangre: “Aquí está Bernal”. Una mancha de palos, manguerazos, golpes de todas clases y de todos lados llovió sobre mi cuerpo de parte de uniformados, de G-2, y también de los motorizados.

Me resistí. Me arrastraban. Me tiraban al piso y pateaban. Doña Elvia Lefevre, Víctor Navas King y una dama desconocida, se metieron en medio de la golpiza en desesperado esfuerzo por impedir la salvaje tortura pública a la que estaba yo siendo sometido. También les golpearon y nunca he dejado de saber que esos golpes, que ellos recibieron, a mí me salvaron la vida. continuará)

Me arrastraban. Me tiraban al piso y pateaban. Doña Elvia Lefevre, Víctor Navas y una dama desconocida se metieron en medio de la golpiza
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