La que no se quería jubilar

D oña Fela puso un cartucho grasiento sobre el escritorio de Liza con el propósito de que esta le reclamara y formar la pelea. Pero la j...
  • domingo 21 de agosto de 2011 - 12:00 AM

D oña Fela puso un cartucho grasiento sobre el escritorio de Liza con el propósito de que esta le reclamara y formar la pelea. Pero la joven estaba llena del espíritu de la paz y no hizo caso a la provocación, al contrario, sonrió y le dijo: buenos días, doña Fela. Doña tu abuela le respondió ella, y que te quede bien claro: cuando te dirijas a mí dime licenciada Felicia.

Doña Fela era de esas empleadas que tienen tantos años de laborar en la empresa que ya hacen lo que les da la gana y no solo no hacen nada, también difunden entre los empleados que lo hacen por eso porque como es tanto lo que les tendrían que pagar, nadie se atreve a botarlas. Estaba soltera porque su último marido, cansado de su carácter, se había escabullido con una santafereña y a pesar de sus ruegos no quiso volver al redil.

Liza llegó a la empresa gracias a un concurso en el que también participó la sobrina de Doña Fela. De ahí el odio irracional que esta le dispensaba y que no se preocupaba por disimular. Además de ubicarla en el lugar donde frío de la oficina, le dio el escritorio más viejo e igual lo hizo con sus herramientas de trabajo.

En la laboriosa oficina todos conocían de la inquina de la doña con la más joven. El día se iba en indirectas y claras hacia Liza, quien no hacía otra cosa que suspirar y callar, con la esperanza de que esta pronto se jubilaría y acabaría el calvario. Pero en esos días, llegó don Ricardo, de 57 años, sobreviviente de dos sonadas parrilladas que lo habían curado de los asuntos del amor, por lo que tenía casi una década de vivir en auténtica castidad.

Aunque doña Fela pregonaba que ya no era del mundo, en cuanto vio a don Ricardo sintió que renacían impetuosas sus emociones de antaño y se fijó un objetivo a corto plazo. Para iniciar ubicó al don a su lado. Luego inventarió sin lástima su cuerpo y su cara y como no salió muy satisfecha con la evaluación se inscribió en un programa de ejercicios y compró cuanta crema rejuvenecedora encontró.

Y como ella quería impresionar a don Ricardo, cambió su actitud hacia Liza, de manera que olvidó las indirectas y todo lo que le permitiera al fulano tener una idea de su verdadera personalidad.

Pero como la mujer propone y el ‘hombre’ dispone, una mañana llegó don Ricardo con unas frutas para Liza. La alerta se le disparó enseguida a doña Fela y esa misma tarde en toda la empresa se rumoraba que Liza era lesbiana.

A la par que crecía el rumor de la desventura de Liza, aumentaba el asedio de Fela a Ricardo y de este a Liza. La oficina era un hervidero de pasiones, los comentarios se escuchaban en todos los puntos. Una mujer llamaba varias veces al día pidiendo hablar con Liza. Las llamadas casi confirmaban el rumor, pero don Ricardo no cedía y seguía intentando levantarse a Liza.

Desesperada por el amor y por el rechazo, doña Fela contactó a una mujer que le quitara de en medio a Liza.

En plena hora de almuerzo se presentó a la cafetería de la empresa una mujercita pequeña, pero voluptuosa que dijo ser la pareja de Liza. Se formó una batahola tan grande porque Liza gritaba que era mentira y que detrás de este estaba doña Fela, la que negaba rotundamente toda implicación. Fue en ese momento que le salió a Liza su espíritu guerrero y sin consideración agarró a doña Fela y la remangó asida del cabello por toda la cafetería y dominada por la ira tanto tiempo contenida intentó meterla en un tinaco donde sobrevolaban moscas y abundaban restos de comida. Necesitaron varios miembros de la seguridad para quitársela…

Contrario a que había anunciado que seguiría trabajando después de la edad de jubilación, doña Fela no regresó más a la oficina y a nadie le interesó contradecirla.

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