Póngale un canda”o
- domingo 03 de mayo de 2015 - 12:00 AM
El sueño más anhelado de Alcira era jubilarse, pero no para irse para la casa, sino para quedarse trabajando en la empresa y cobrar dos cheques.
El entusiasmo del pago doble se le esfumó porque el jefazo fue enfático: No, señora, el jubilado descanso quiere, y en mi empresa lo que hay es trabajo y más trabajo.
Tuvo Alcira que irse para la casa, donde pronto halló entretenimiento criticando al mundo, sobre todo a los ‘usuarios nocturnos' de una casa abandonada y cercana a la suya.
Todos los días iba a la plaza a soltar su veneno mientras contaba lo visto la noche anterior: Anoche se tiraron a más de cinco allí, entró una joven flaquita con cola de caballo, se me pareció a cierta que vive por aquí y tiene cintura de avispa, etc., decía y miraba de reojo al billetero, que no le paró bola esa vez, pero sí lo hizo dos días después, cansado del comentario diario y porque ya alguien le había soplado que la jubilada lo miraba como burlona.
‘Préndale fuego a esa casa vieja, para que se le acabe el sufrimiento', le gritó cuando la oyó decir que ‘el corregidor debía tomar acción y demoler esa vivienda que se había convertido en centro del pecado donde cada noche desfloraban a más de tres vírgenes y que si seguían así El Chirriscazo se quedaría sin ‘sellos', que dónde andan los papás de esas sinvergüenzas e inmundas, pecadoras, que debían meter presos a todos los que ahí se metían, etc.'.
Formaron un lerelere que los llevó a la corregiduría, porque el billetero le gritó a Alcira que no fuera envidiosa, que dejara ser feliz a los que se metían en la casa abandonada, ‘todo porque a usted ya no le dan bate', fue la expresión que enfureció a la dama y le barrió el tablero, lo que aprovecharon los presentes para coger chances y billetes gratis en la rebatiña.
En el despacho legal hablaban los dos al mismo tiempo, y a gritos. Se callan o los callo a punta de multas, dijo el corregidor y ambos se callaron; diez minutos después, el hombre supo que el problema se había originado por la casa abandonada.
‘Póngale un canda'o antes de la medianoche y verá que agarra a un buen pocotón de lisos que ahí fuman y hacen cochinadas, póngale un canda'o, corregidor', gritaba Alcira, y lo acompañó, a las 11:00 en punto, a poner el aparatito, le aconsejó que no lo quitara hasta las nueve de la mañana, para aprehender a esos puercos a plena luz del día.
Y así fue, solo que amaneció y su marido no regresaba al hogar, desesperada llamó a la porqueriza donde este era celador, y le dijeron que no se había presentado a su trabajo. ‘Los puercos durmieron solitos', le dijeron, y Alcira corrió a la corregiduría, ahora a pedirle a la autoridad que le buscara a su hombre.
Déjeme ir a quitar el candado mientras se organizan los muchachos para buscarle a su marido por agua, tierra y aire, dijo el corregidor y Alcira lanzó un grito, era grande su temor de que el río le hubiera arrastrado a su único hombre.
Cálmese, Alcira, quito el candado y me voy con la cuadrilla a rastrear a su marido, dijo el corregidor.
Y se fueron hacia la casa del pecado, donde hallaron al viejo ‘Sultán', el perro de Alcira, ladrando tristemente frente a la puerta.
Tuvieron que apartarlo entre varios para que el corregidor quitara el candado ante a la multitud de curiosos y de los rescatistas. ‘Sultán' fue el primero en entrar a la casa arruinada.
Lo siguieron el corregidor y el gentío, menos Alcira, que a última hora se acobardó. Pero no pudo evitar escuchar a muchos, entre ellos al billetero, decir que adentro solo estaban el marido de ella, dormido en ropa interior, y una mujer joven.
‘Parece que la guial no es de por aquí', oyó decir la jubilada antes de desmayarse de vergüenza y desilusión.
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Azuzadora: Enciérrelos hasta que salga el sol, por puercos.
Pa' la casa: El jubilado quiere descanso y aquí solo hay trabajo