Pecaditos de ricos

Las 17 mujeres de la familia Guerra tenían un cuerpo tumbamachos y una cara de reinas. En ese grupo de afortunadas estaba Sofía, quien, ...
  • viernes 17 de enero de 2014 - 12:00 AM

Las 17 mujeres de la familia Guerra tenían un cuerpo tumbamachos y una cara de reinas. En ese grupo de afortunadas estaba Sofía, quien, movida por su visión empresarial, viajó a la capital a trabajar para ahorrar y poner un negocio en su pueblo. Tuvo la suerte de caer en la casa de los Vilar, quienes les pagaban a las domésticas mucho más de lo anunciado a fin de año.

Convencido de que la prudencia es el arte de evitar un peligro, don Felipe Vilar le dijo a su mujer, Ana Victoria, que no le gustaba esa muchacha, que no la contratara. ‘Es interiorana y se ve dócil’, dijo la doña y contrató a Sofía. Fue ese el inicio del calvario del hombre, quien se convenció de que en su casa él figuraba, pero no mandaba.

‘Ese será mi regalo de cumpleaños’, pensaba el ricachón en cuanto la muchacha empezó a trabajar. Pero pasó el cumpleaños y Sofía no caía, pues andaba luchando para no enredar el corazón con uno de los choferes, el dominicano que tenía cuerpo de darienita y que también dormía dentro del hogar de los Vilar.

Será en diciembre que me dé el gusto, calculaba don Felipe, pues su mujer viajaría como siempre a España, pero vino el mes esperado y Ana Victoria no hizo maletas ni él avanzó con Sofía. Una noche cuando ya estaban acostados, él anunció que saldría a comprar algo para la presión. ‘Que te lleve cualquiera menos el dominicano’, pidió Ana Victoria, y su marido preguntó por qué.

Porque ese negro no ve bien de noche; que te lleve otro, ordenó ella. ‘Yo voy a manejar, me gusta manejar de noche’, dijo don Felipe y salió de la habitación, donde su mujer se dio un baño rápido y bajó descalza hacia los dormitorios de los empleados. Mucho menos de un segundo bastó para que no se cruzaran. Don Felipe, también descalzo y ligero de ropas, no tuvo problemas para entrar al sitio donde dormían las empleadas, pero una vez allí no supo cómo encontrar a Sofía. A gatas caminó por la recámara buscando una guía. Fue cuando sintió que una mano lo halaba tiernamente. Siguió la mano que lo orientaba hacia donde ‘aparentemente’ lo esperaban. Y como él iba casi listo, el encuentro fue un ‘pai, pai y no toy’. En menos de un minuto lo despacharon. Don Felipe pensó en esperar un rato para echar otro corte, pero la durmiente de la cama de al lado se movió, asustándolo. Cuando salía de la habitación le pareció ver una silueta de mujer que corría por el pasillo. ‘Son mis nervios’, pensó, mientras sonreía satisfecho de haber estado con Sofía.

Recogió su ropa que había dejado en una esquina y se vistió deprisa, pero subió las escaleras lentamente, mientras Ana Victoria, con la agilidad de una gacela, ya se había metido en la cama y repasaba, dizque dormida, el goce vivido en los brazos del chofer dominicano.

Casi al amanecer se durmieron ambos, cada uno disfrutando su recuerdo.

Don Felipe estuvo feliz hasta que supo, al mediodía, que Sofía no había dormido en la casa.

‘¿Y eso?’, preguntó angustiado. ‘La eché ayer en la tarde porque la vi haciéndole guiños al dominicano y yo no admito inmoralidades en mi casa’, dijo Ana Victoria, mientras su marido se rompía el coco pensando a cuál de las seis empleadas se había gateado.

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