Una paila para todos

A unque el actor estadounidense Groucho Marx dijo, con mucha razón, que: ‘La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hace...
  • martes 12 de marzo de 2013 - 12:00 AM

A unque el actor estadounidense Groucho Marx dijo, con mucha razón, que: ‘La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados’, lo cierto es que al panameño le encanta este arte y lo ve como una época de fiesta, baile, chupadera y comilonas en la que los juegavivo, los pedigüeños, los lagartos y otros sacan a flote los más bajos instintos y nacen y florecen muchos amores malos.

Todo iba bien en La Pájara Pinta, una comunidad de casi mil personas donde casi todos se conocían y se querían. La preferida y más querida del barrio era Timotea, quien fue la primera en llegar al sector, 30 años atrás. Fue ella la que tumbó el primer árbol y luego apareció un bonchao que le metió machete al bosquecillo transformándolo en una maraña de cables que le llevaba luz a las casitas de cartón y madera que aparecieron de ya para ya. Pronto supieron todos que Timotea, a quien, por pereza y para ahorrar, según ellos, saliva y tiempo, empezaron a llamar Tea, era coleccionista de pailas. Las tenía de todo tamaño. A su casa llegaban a buscar una de tamaño apropiado cada vez que celebraban una fiesta o reunión o tenían visita. No había habido nunca ningún conflicto por la prestadera de las pailas en las que se había cocido el arroz con pollo de todas las quinceañeras del barrio. Los vecinos iban y pedían la paila que luego devolvían frente a una sonrisa bonachona de Tea, que jamás le había dicho no a ningún coterráneo. ‘Présteme una pailita de dos libras, una de cinco que vinieron mis primos con las mujeres y los hijos, una que cocine bien diez libras de arroz con puerco que voy a celebrar el bautizo del niño, una de 15, etc.’, decían quienes llegaban tras los calderos de Tea.

Todo cambió cuando a La Pájara Pinta llegó Nicodemo, a quien las especialistas en edad le calcularon entre 35 a 40 calendarios, pero soltero y convencido de que para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible y una manera de vivir con bastante facilidad. A las cualidades civiles de Nico, como le apodaron, también para ahorrar saliva y tiempo, se le unían una cara agraciada, unos brazos velludos y fuertes y, encima, era bien alto. Pronto empezó a hablar de la necesidad de darle solución a los problemas de la comunidad y muchos le aconsejaron, sobre todo las mujeres casadas, solteras y ennoviadas, que se metiera a candidato a repre. Enseguida se formó un grupo de apoyo a la candidatura de Nico. Liza, la única viuda del pueblo, era la coordinadora de los que iban a gastar suela buscando los votos para el guapo, que ya le había inflamado el gusanillo dormido a Tea, quien enseguida captó cuáles eran las rivales. La primera señalada fue Liza. ‘A esa cabrona le gusta Nico, pero no me va a tumbar al único hombre que me ha movido el piso en estos quince años’, dijo cuando supo que la viuda andaba haciéndole campaña al nuevo político, quien iba de casa en casa cargando chiquillos y besando a las ancianas, siempre acompañado del grupo liderado por ‘la otra’, quien invitó a la primera concentración. ‘Con Nico todo es rico’, era el eslogan que pregonaba Liza y que llenó de celos a Tea, a quien, con tanto tiempo sin caricias masculinas, se le había despertado una pasión impetuosa. Sentía unos celos infernales contra Liza, a quien le negó la paila más grande para cocinar el sancocho que brindarían en la reunión de Nico.

¡¡¡¡¡Cómo que les negó las pailas!!!!!!, gritó Liza cuando los mensajeros regresaron con las manos vacías. Y se fue como una flecha a la casa de Tea, quien estaba sentada en una hamaca. Se le abalanzó furiosa a reclamarle la negativa y le manoteó tan cerca de la cara que la ira de Tea salió disparada y convertida en puñetes sólidos. Se enredaron allí mismo hasta rodar por el piso. Se fueron así, embolilladas, halándose greñas y abofeteándose.

Tuvo que venir el mismo Nico a separarlas cuando ya estaban precisamente pegadas al mueble donde Tea guardaba las pailas. Ni el político pudo evitar que Tea llevara a Liza a la corregiduría, donde la multaron por invadir la propiedad ajena, pero pagó y se compró una paila grandota para cocinar todas las comidas del futuro edil de La Pájara Pinta.