Las memorias del taxista

Rolando salía todas las tardes a roletea como palanca de un taxi de propiedad de su compadre Emilio
  • sábado 31 de julio de 2021 - 12:00 AM

Rolando salía todas las tardes a roletea como palanca de un taxi de propiedad de su compadre Emilio, para llevar el pebre a la mesa de su hogar. En la mañana, de 8 a 4 de la tarde, trabajaba en una oficina pública como conductor con salario mínimo, por lo que tenía que zúrrasela como taxista hasta pasada la medianoche. El trajín era duro, pero tenía que hacerlo, porque tenía que mantener a cuatro come arroz y a su mujer Ofelia, con 6 meses de embarazo.

Tenía 18 años de estar sacándose la mugre para que a su familia no le faltara nada, por lo menos la comida y un techo digno donde vivir. En esos años, Rolando guardó en su memoria un rosario de hechos misteriosos que marcaron su vida como trabajador del volante, a inicio de los años 80'.

Un día casi a la 12 medianoche, cuando decidió realizar la última carrera se detuvo en Calle 13 Río Abajo y subieron al vehículo dos manes como de 25 o 26 años, altos, trigueños, con tatuajes y mirada esquiva. ‘Ey chof, llévanos a calle 13 Río Abajo'. Rolando lo pensó dos veces, pero decidió hacer el viaje. Es que esa noche solo había logrado la cuenta del propietario del taxi, así que se arriesgó. Miraba por el retrovisor del auto a los dos tipos y presentía que algo tramaban. Sintió temor, pero sacó valor para no quedar en evidencia. Entrando ya en calle 13 Río Abajo, uno de los hombres lo encañonó y le dijo: ‘si te mueves te vuelo los sesos, pásame todo lo que tienes en el bolsillo y la guantera. Rolando, lo miró fijamente y le dijo: Ok. Ok… tranquilo pela ‘o y ágilmente sacó la lata de gas pimienta y se la roció en la cara al que lo tenía encañonado y salió del taxi como alma que se lleva el diablo. Al día siguiente, regresó por el vehículo del cual los maleantes sustrajeron el equipo de sonido.

En otra ocasión, cuando la población se preparaba para los actos de Semana Santa, que organizaban las iglesias cristianas, Rolando, solicitó cinco días compensatorios en la institución donde trabajaba, que coincidió con la Semana Mayor. Quería aprovechar esa semana que el panameño utilizaba para ir al interior a visitar a la familia y presenciar el Viacrucis en vivo, por lo que solicitaban mucho el servicio de transporte selectivo. Ya a mediados de esa semana, Rolando había hecho bingo: a diario recogía la cuenta del dueño del taxi y le quedaba suficiente dinero para entregarle a su mujer. Pensó en no trabajar el Viernes Santos, pero iba tan bien el negocio que decidió trabajar hasta la una de la madrugada de ese día.

El reloj marcó las 12:20 de la madrugada cuando por el área de Pueblo Nuevo, cerca de la Iglesia de Piedra, una mujer de baja estatura, vestida de negro, cabello largo y excesivamente maquillada sacó el dedo índice solicitando el servicio. Rolando se detuvo y la dama subió. Le preguntó: ‘¿A dónde la llevo señora? Pasaron 5 minutos y aún la mujer no respondía y no le mostraba el rostro. ¡¿Señora dígame a dónde la llevó?! El taxista miraba por la ventana cuando de repente vio a la señora sentada en el puesto del copiloto. La tuvo frente a frente y exclamó: ‘¡Mierda la tulivieja! La vieja de ojos hundidos, desorbitados, de diminutos dientes y una muñeca en brazos lo miró fijamente, provocándole un escalofrío en todo el cuerpo. Como pudo abrió la puerta y mientras la empujaba la anciana se agarraba con fuerza de la puerta. Rolando sacó de la guantera del carro un martillo y le golpeó las manos tan fuerte que la sacó del vehículo y le metió el pie al volante hasta llegar a su casa. Ingresó a su casa y se acostó en el sofá hasta el día siguiente. Este hecho nunca lo comento ni a familiares ni amigos.

En febrero de 1984 un martes de carnaval, después que terminaron los culecos, dos jovencitas en estado etílico y muy hermosas se subieron a su taxi y le indicaron que las llevara a El Cangrejo. El taxista accedió y en medio camino miró por el retrovisor que las mujeres se besaban y tocaban sus partes íntimas al descubierto. Ellas se percataron que él las observaba y lo invitaron a p articipar del acto, se orilló en una zona discreta y se coló entre las dos mujeres. Pasó un mes después del encuentro y una noche por El Cangrejo una de las jovencitas se subió a su taxi con el novio, de inmediato la reconoció y la saludo, pero ella le respondió: ‘perdón, no creo conocerte, llévanos a donde le indique mi novio'. No cruzaron más palabras y la pareja se bajó en una casa de citas por los lados de Las Cumbres.

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