El maestro Banda

Montado en una mula vieja llegó el maestro Banda a El Chirriscazo, donde. la comunidad se había congregado a esperarlo.
  • domingo 01 de diciembre de 2013 - 12:00 AM

Montado en una mula vieja llegó el maestro Banda a El Chirriscazo, donde

la comunidad se había congregado a esperarlo.

Mañana empezamos las clases, los espero a las ocho en punto, cantamos el Himno Nacional y arrancamos. También ’habrá escuela para los adultos, en la tarde, todo el que no sepa leer ni escribir, venga, que lo que me sobra es voluntad y ganas de enseñar, dijo el maestro Banda y la campesinada se cuadró con aplausos que duraron media hora.

El primer día empezó cuando tuvo que ayudar a una mujer joven, hermosa y de piernas y busto de campesina, o sea abundantes, que luchaba para que el hijo, quien daba unos gritos de espanto, entrara al aula.

Dos palabras del maestro Banda acallaron al chiquillo, quien fue a sentarse tranquilo y sacó su cuaderno. Póngame una tarea ya, maestro, le dijo sonriente y con la cara mocosa. Al día siguiente y fue al pupitre

‘Maestro, ¿le gustan los huevos?’. Y le dio una totuma repleta: ‘Se los manda mi mama y dice que cuándo empiezan las clases pa’ los grandes, viene ella y mi papa, porque ninguno sabe leer’, dijo el muchachito contento.

Pronto empezó sus clases para los ‘viejucos’ ávidos de conocimiento.

Dos meses después estuvo a punto de suspenderlas, porque algunas señoras se enamoraron con otros compañeros de aula y el impacto de los nuevos amores ya se sentía. Pero se impuso su interés y siguió. Pronto se arrepintió, pues María de las Mercedes, la madre del chiquillo que lloró mucho el primer día, quería quedarse a solas con al término de la jornada. Maestro, enséñeme la tabla del 1, le decía ella y se le ponía tan cerca que le llegaba clarita la esencia del jabón de barra. Cuando se aprendió al dedillo la tabla del 1, se antojó de que quería saber algo más. Y dispuso ir a la casa del maestro a que le explicara lo de las agudas, graves y esdrújulas, con la excusa de que quería conocer bien ese tema por si alguna vez le tocaba trabajar de secretaria de la Corregiduría de El Chirriscazo.

El maestro se negó, pero esa misma tarde llegó María de las Mercedes, sola. Lo encontró preparando una lámina, y se le abalanzó desesperada, y con la pasión de mujer enamorada hundió sus dedos en los brazos velludos del maestro. Yo lo amo mucho, maestro, lo adoro, si tengo que dejar a Regino lo dejo, maestro, y me voy con usted, le decía y pegaba su busto exuberante al pechazo del joven docente.

Al maestro se le aceleró la respiración y sintió que las piernas le temblaban, apremiadas por el llamado de la carne. Un beso violento en la boca, con hambre de amor, le provocó durezas conocidas. Iba a ceder, pero, como un fogonazo, vino a su mente la imagen de su viejo profesor de Ética. Suspiró profundamente y la empujó suavemente. ‘Usted es una mujer casada y tiene compromiso con Regino y Reginito, quienes, al igual que usted, son mis alumnos. Yo no me meto con mis estudiantes, María de las Mercedes, así que coja camino para su casa.

‘Recuerde que tiene un hijo pequeño, que los necesita a los dos juntos para crecer como Dios manda’, le dijo el maestro Banda, pero ella seguía ofreciendo su cuerpo joven y ardiente.

Ninguno vio, de repente oyeron: ¡¡¡Maestro Banda, María!!!, gritó el cholo con desesperación, y se bajó del caballo con un garrotillo en la mano.

Si me pega con ese palo ha sido en vano haberle enseñado a leer, si lo hace me prueba que sigue siendo el mismo de siempre. Los dos hombres se miraron durante unos segundos, hasta que el campesino habló:

Maestro, usted me enseñó a leer y a escribir, por usted yo sé sacar cuentas, ahora puedo leer el periódico y buenos libros, ahora conozco el mundo, porque usted es un gran maestro. Regino, con los ojos llorosos, escuchó al educador por más de una hora, luego, calmado, le hizo una señal a su mujer para que lo siguiera.

¡Feliz Día del Maestro a todos los docentes de Panamá!

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