Lunes de flojera
- lunes 27 de abril de 2015 - 12:00 AM
Eugenio era el hombre con el que muchas sueñan: a diario se ponía el delantal, se metía a la cocina y no salía de allí hasta que su mujer y sus dos hijos hubieran cenado. Luego fregaba todo, trapeaba y limpiaba la estufa. Pero tenía un perito, le daba mucha pereza madrugar los lunes, ese día se le disparaba la flojera y a duras penas podía soltar la manta, razón por la que había perdido varios trabajos. Ese lunes le dio un manotazo al despertador y lo insultó por dos minutos, pero no pudo levantarse. Sus hijos y su mujer insistieron en vano. Despertó a las once y se le ocurrió llamar al hijo de la vecina, Betito, quien estaba sin clases porque su escuela estaba en reparación, por lo que le entregaron varios módulos y ‘vaya a estudiar solo en el hogar, que mamá y papá lo orienten', le dijo la maestra a la abuelita, que fue a llevarlo el primer día.
‘Te voy a dar estos dos dólares para que me hagas un favor: Llama a mi trabajo y lee lo que dice en este papel', le dijo al chiquillo, quien se entusiasmó con el dinero. Lo puso a leer varias veces el ‘documento' hasta que el niño lo leyó sin cancanear.
Y le marcó. El chiquillo se llenó de nervios, la mente se le nubló y se confundió tanto que no pudo recordar el nombre de Adolfo, por lo que dijo, con voz temblorosa: ‘El vecino no pudo ir a trabajar porque está sin voz, tiene las migdalias hinchadas, ni agua puede tomar, gracias. La recepcionista le preguntó quién era el vecino.
El pelao se puso nervioso y se quedó callado. ‘¿Cómo se llama el vecino?', preguntaba una y otra vez la mujer. Pero el muchacho seguía calladito. Aló, aló, ‘¿cómo se llama el vecino?', insistía la dama ¡¡¡¡YO NO SÉ, ES EL QUE TOMA CERVEZA TODOS LOS SÀBADOS Y LOS DOMINGOS!!!!, gritó el pelao y se echó a llorar tras cerrar violentamente el teléfono. ‘Ya la c….., ahora no te voy a dar ni un centavo', le dijo Adolfo al chiquillo, quien se fue llorando para la casa.
No tardó la mamá del mensajero en venir a reclamar el dinero no pagado. La mujer vino en camisón, pero con cara de puñetazo. Con voz de guerra reclamó el pago de su hijo. ‘Qué le voy a dar si todo lo hizo mal, en mi trabajo tienen identificador de llamadas, así que apenas investiguen de quién es ese número me mandan para la casa', respondió Adolfo, pero la vecina no estaba para esas negativas y sacó su mano experta y zas, zas, zas, varias trompadas cayeron sobre el flojo de los lunes, quien no se quiso quedar golpeado, por lo que le dio tres empujones. La veci se levantó vuelta el mismo Lucifer, pero no se atrevió a seguir el conflicto con Adolfo, porque este era el que siempre le prestaba el dolita para llegar al trabajo cuando la quincena estaba próxima. Y no siguió, pero investigó el número de la compañía donde laboraba Adolfo y llamó. La recepcionista, que no gustaba de Adolfo, le siguió el cuento a la vecina y anotó todos los datos. Fue con un informe completo a la oficina del gerente. A esta hora entró una llamada, un niño anunció que el vecino no vendría a trabajar, etc. ‘Yo sospeché porque el pelao dijo que el susodicho tenía las migdalias hinchadas, etc.', decía feliz la recepcionista.
El gerente analizó lo escuchado y marcó el número del celular de Adolfo, quien quizás pensó que era su segundo frente llamándolo, como siempre, de un número prestado, y contestó: ‘Hola, muñeca, ¿quieres que pase por tu casa dándote el tiro del lunes?'.
‘Estás despedido, cabrón, estoy harto de que faltes los lunes y de que llames a la empresa para decir mentiras y pendejadas', le gritó el jefe.