Las comadritas

La gente criticaba el pegadillo de Ema y Tita, los más lengüilargos sugerían que las dos damitas andaban en algo turbio. ‘Seguro que son...
  • jueves 18 de abril de 2013 - 12:00 AM

La gente criticaba el pegadillo de Ema y Tita, los más lengüilargos sugerían que las dos damitas andaban en algo turbio. ‘Seguro que son’, decían y hacían gestos con las manos, pero todos hablaban por hablar, porque lo cierto era que las dos mujeres eran tan femeninas como Pandora, solo que habían decidido vivir juntas para amortiguar los gastos y para no andar velando un ‘retrobús’. Acá en la ciudad se iban, de ida y de vuelta, caminando para su trabajo, lo que las había puesto en forma y acentuado más las curvas que les dio Natura.

Todos los días, apenas llegaban al trabajo, se sentaban a desayunar en la cafetería de la empresa. Allí las encontró Ovidio, el nuevo seguridad, quien tenía, además de pinta de empresario, mucha facilidad de expresión y muchos conocimientos, porque siempre cargaba un libro, el cual leía sentado en su puesto de trabajo. Ovidio llegó ante las damas y se presentó: Soy Ovidio, el jefe del equipo encargado de salvaguardar los bienes y la vida e integridad física de los colaboradores de esta gran empresa. Y les extendió sonriente la mano a las dos mujeres, que aunque ya en el cuarto carril tenían sus muchos encantos físicos e igual cantidad de deseos de darle al cuerpo lo que es del cuerpo.

Y se quedó allí con ellas, charlando como viejos amigos. Ninguna se percató de que entre cuento y cuento el hombre había desayunado opíparamente con lo que ellas habían traído. Al mediodía, cuando bajaron a almorzar, Ovidio se les pegó y comió gratis, pese a que las damas habían llevado lo justo. Fue en la noche que Ema comentó que tenía una perdida de un número desconocido. Y dijo en voz alta.

¿Será de Ovidio?

Tita sintió que le halaban las greñas teñidas y preguntó: ¿Y acaso él sabe tu número? Ema sintió también que le daban un pescozón y contestó que no.

Entonces, cómo diablos crees que te va a llamar, gritó Tita, a quien su compañera jamás la había oído gritar. La situación entre las dos mujeres siguió sin novedad hasta el sábado, cuando Ema anunció que saldría con unas amigas. La otra se puso furiosa y exigió saber con quiénes iba de rumba. ‘Te quedas con las ganas de saber’, le dijo y salió. Regresó al amanecer sudorosa y preocupada. Despertó a su amiga para contarle que la habían asaltado. No te dejaron nada, le preguntó Tita. La otra movió la cabeza afirmando que le habían robado todo.

Fue el mismo lunes que Tita notó a Ovidio raro, sobre todo con Ema. Las dos mujeres lo miraron suplicantes cuando lo vieron sentarse con otros a almorzar, pese a que ellas le habían llevado su almuerzo. No pudieron traerlo para su mesa, por lo que más tarde Tita bajó a preguntarle el porqué. Ovidio dio mil excusas y luego le pidió el número de celular para contarle, según él, los porqués de su negativa de sentarse a almorzar con ellas. La llamó rato después y le pidió que no le contara nada a Ema. Y siguió llamándola durante el resto de la semana y enviándole mensajitos cursis que culminaron el sábado, cuando la invitó a salir por ahí, supuestamente a comer y a divertir al organismo. ‘Ojo, cero comentario con Ema, ella ha venido a insinuarme cosas y se disgustó porque yo fui claro, directo y taxativo y le dije que la única que llena mis expectativas eres tú’, le dijo Ovidio y Tita sintió que flotaba y llegaba al cielo.

¿Dónde vas?, le preguntó su amiga. ‘Por ahí, por ahí’, contestó

Tita y salió dejando su fragancia finísima. Regresó al amanecer y, al igual que Ema, volvió limpia, sin cartera, sin celular y solo con lo puesto. No le dijo nada a su amiga. Fue tres días después, en la empresa, que descubrieron quién era el ladrón. Alguien dijo que la mujer de Ovidio estaba en la garita conversando con él. Ema y Tita bajaron, cada una por su lado. La dama estaba charlando animadamente cuando llegaron las dos amigas. Tita reconoció enseguida que la cartera que la mujer llevaba era la suya y Ema pudo ver otra vez su celular. Ambas, sin mediar palabra, le cayeron a trompadas a la esposa de Ovidio, quien no entendía las razones del ataque.

Tuvieron que venir dos seguridad a ayudar a Ovidio a someter a las dos mujeres, que querían apambinchar a la ‘supuesta’ intrusa, quien sí no le perdonó al marido la mentira de que las carteras y los celulares se los había regalado la mujer del dueño, y le cayó a puño limpio. Luego vació la cartera robada y con ella en una mano y en la otra el celular subió a tirarle los dos objetos a las amigas, que quedaron enemistadas para siempre.

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