- martes 03 de septiembre de 2019 - 12:00 AM
Tammie estaba decidida a celebrar su ‘quinceaños'. Bueno, más exactamente sus diecisiete, ya que sus padres no tuvieron a tiempo el dinero para celebrar los 15. Pero más vale tarde que nunca. Aquello sería como ‘los 15 de Florita' del famoso poema: había que celebrarlo porque sí y era necesario tirar la casa por la ventana, porque, ya saben, 15 o 17, solo se cumplen una vez en la vida. Por ello, se invitaría a todo el barrio. Sus papás pensaban que la fiesta de su hija tenía que ser memorable.
Poco contaban sus progenitores con que Tammie no era popular. Mas eso parecía una dificultad menor, si, como esperaban, la fiesta se llenaba de parientes. No obstante, el problema de Tammie no tenía un simple planteamiento negativo: no era que Tammie no tuviera amigos, era que contaba con una nube de enemigos. ¿A qué se debía tamaña impopularidad? La misma era directamente proporcional al largo de su lengua. Tammie hablaba mal de todo el mundo, con todo el mundo. ‘Puede que dormida hable mal de sí misma', comentaban sus enemistades.
Lo cierto es que la fiesta se organizó. Y como Tammie no deseaba reservar ese suceso feliz nada más que para sus familiares y algunos allegados lo difundió por las redes sociales. Pronto todo el mundo se enteró: tirios y troyanos, conocidos suyos y conjurados enemigos. La celebración tendría lugar en el patio interior del edificio de apartamentos donde vivían. Abierto y accesible para todos, era el sitio ideal para que acudieran los buenos, los malos y los feos. Tammie soñaba con una fiesta que diera qué hablar… y que hiciera estremecer al barrio con su sonoridad. Vaya si sería sonora, y daría para hablar todo el año.
Primero llegaron sus familiares. Se dijeron minidiscursos tradicionales y se brindó por la felicidad de Tammie. Su papá bailó el vals con ella. Luego Tammie pidió la palabra. Dijo que ella había pedido a su padre una fiesta ‘estruendosa, comentada y cachimbona'. Concluyó: ‘creo que esta fiesta no se olvidará'. Por supuesto que no.
Lo que Tammie había olvidado era los amigos que había separado con el filo de su lengua. Incluso algunos novios se habían separado por causa de ella, sin que la mujercita de marras hiciera un ‘mea culpa'. Y tal vez uno pudiera pensar que una chica tan joven no podría producir tales desastres. Pero era notable conductora de chismes. Ella magnificaba, engrandecía los problemas, hasta inventaba porque eso le divertía. Luego, a hurtadillas, observaba los efectos de sus actos y se moría de risa. Tenía un genio de villana total.
Durante una pausa de la música y el baile, se partieron los pasteles. Tammie iba a hablar nuevamente cuando se oyó un estribillo a capella: ‘Ay Tammie, lengua de suela, que es una hamaca para tu abuela'. Y otro: ‘Ay Tammie, bruja chismosa, de larga lengua tan venenosa'. Se acercaron algunos familiares para pedir cuentas pero se llevaron algunos pastelazos.
Más personas intervinieron y más pastelazos volaron. Se armó una batalla campal de puño, silla y pastel. Tammie quiso intervenir y más rápido que ligero se comió un pastel por todos los poros de su cara. Algunos volaron los focos. Otros, empuñando alfiles, se dedicaron a pinchar cuanto globo ornamentaba aquel patio. Sí, un grupo de los damnificados por su lengua estaban allí para tomar desquite. La pelea tomó tales proporciones que llegó la policía. Y pronto, una llorosa Tammie estaba junto con sus padres y algunas personas más frente a un juez de paz. En forma amarga (pese a lo dulce del pastel) Tammie tuvo que descubrir y afrontar las consecuencias de sus actos. Y de ahora en adelante tendrá que cavilar sobre cómo comportarse con las demás personas.