El jubilado respondón
- martes 30 de septiembre de 2014 - 12:00 AM
Don Abelardo recogió todo lo mejor, tanto física como fisiológicamente, del montón de razas que se han mezclado, para producir al más exótico ciudadano del mundo: el panameño.
Por eso, a pesar de la edad, 65 años, él se mantenía en forma, saludable, muy activo sexualmente, no tenía ningún achaque de viejo ni tomaba nin gún medicamento . Aparte de esto, era guapo, rasgo que acentuaban unos cuanto mechones plateados sobre sus sienes.
Tenía rato de estar jubilado de donde se protege y se sirve. A menudo, cuando se ponía en fila de jubilados o de tercera edad, iba el seguridad a pedirle identificación o a sacarlo de allí, pero don Abelardo, con una gran sonrisa de satisfacción, mostraba su cédula.
Como estaba soltero, se iba por ahí todos los viernes, y siempre encontraba una que lo desahogaba del estrés semanal. En esas andanzas conoció a Yeni, una extranjera que ya casi estaba a punto de regresarse para su país porque no lograba su objetivo: casarse con un panameño pendejo que la mantuviera y le diera suficiente plata para mandarle a su familia.
Eso sí, ella no quería hombre joven porque esos quieren sexo todos los días y la verdad era que a ella no le gustaba tanta moridera en la cama.
Por eso, cuando trató más a fondo a don Abelardo y supo su edad, pensó que sería el marido perfecto, tal vez solo sería un tira y recoge rápido una o dos veces por semana, y como el señor tenía sus encantos físicos, Yeni le montó una persecución que pronto dio resultado.
A los pocos días ya estaba instalada con él y fue cuando se le complicó la cosa, porque el saludable don Abelardo quería cada noche y varias veces, además le estaba dando muchas vueltas al asunto de casarse.
Al cabo de tres meses, Yeni, ya casi no le aguantaba el tren a su concubino, quien gracias a su envidiable constitución genética, cada noche quería practicar la nueva posición que sugería Rosa, la fogosa. Y había que ver el desempeño del jubilado, pero ella hacía el esfuerzo porque el viejo no era mezquino y puntualmente le daba la platita de mandar para afuera, además, contrario a su voluntad, él le inspiraba un sentimiento desconocido.
La convivencia se complicó cuando don Abelardo, en un ataque de lujuria, se antojó de que quería sexo oral y otras cositas, por lo que Yeni se alarmó y salió desesperada rumbo a la casa de una amiga, la que la hospedó con el compromiso de, palabra que era solo por tres días.
Pasó una semana y el don no daba muestras de buscarla para negociar. Contrario a sus planes, Yeni extrañaba al guapo jubilado, pero la sola idea del sexo oral le producía náuseas y, una penetración por rutas prohibidas la ponía al borde del terror.
Como ya se acercaba la fecha de enviar el dinero, lo llamó para hablar, pero él se mantuvo firme: no habría matrimonio ni plata, sino era atendido en la cama.
Ante esta clara situación, apremiada por la necesidad de su familia, Yeni se armó de valor y regresó al apartamento dispuesta a todo.
Don Abelardo, que está viejo, pero es un caballero, creó un ambiente sensual, abrió una botellita de vino, puso música y la invitó a bailar, allí mismo.
Más tarde, poquito a poquito, la fue llevando a la cama y, dulcemente, le hizo las primeras demostraciones de sexo oral. En el apogeo del éxtasis no tuvo que pedirle a Yeni que devolviera el favor, por su propia iniciativa, ella se prendió de aquel heredero de su vena africana.
Se supone que esa noche, don Abelardo también logró incursionar por rutas prohibidas, porque al día siguiente, iniciaron los trámites para en enlace civil. Y allá, en un apartado pueblito de otro país, una familia regocijada recibía, triplicada, la mensualidad que la hija mandaba desde la hermana nación que cobija a todos los ciudadanos del mundo.