Güirero amargado

Ese día, único de la semana porque es mi día libre, me levanté tarde, nada presagiaba que sería un lunes diferente
  • lunes 04 de abril de 2016 - 12:00 AM

Ese día, único de la semana porque es mi día libre, me levanté tarde, nada presagiaba que sería un lunes diferente, todo empezó porque se me ocurrió darle trabajo a un güirero que me dijo que mi patio parecía un pajo nal. ‘La gente es tan corta de mente que cree que en verano no hay que cortar la hierba', me dijo en tono amargado y a pesar de eso le dije que sí, que cortara la maleza. El hombre sacó una ropa vieja y se la puso sobre la que llevaba, hasta ese momento todo me pareció normal, pero sentí la primera alarma cuando le dije que tuviera cuidado de no tocarle ni una ramita a las rosas de mi mujer.

‘Ellas las cuida como si fueran su vida', le advertí, y el hombre apagó el güiro y me dijo con tono de pelea: ‘Seguro que tu mujer cuida más a las plantas que a ti que eres su marido, o qué, no le creas, todas las mujeres son unas perras, unas putas dizque finas, ese cuento del jardín es puro parapeto para disimular que se lo está dando a otro'. Las palabras del hombre me dejaron mudo; durante un minuto no pude decir nada, mientras aquel, de pura rabia, respiraba agitado. Calmado le dije: No sé la de otros, pero la mía solo me lo da a mí, lo único que le digo a usted es que no se le ocurra darle ni un rozón a las plantas de mi esposa, que ella tiene un carácter que es un volcán.

Fue peor, el güirero, apagó otra vez la máquina y me gritó: No creas esa vaina, óyelo bien, todas son unas perras, au nque tú te desgastes dándoles paloma todos los días, de todos modos se le abren a otros. Yo, ofuscado, le dije que no siguiera trabajando.

¿¿¿¿Y mi pago, qué con mi plata????, me gritó él, y yo entré a buscarle su pago porque lo único que deseaba era que se fuera con su amargura a otro lado. Cuando regresé con el pago, el infeliz había macheteado el rosal de mi mujer, no dejó en pie ni una planta.

Lo enfrenté y nos dijimos un par de vainas, yo me negué a darle su plata y como él me amagó le solté un buen par de mi repertorio aprendido en el bachillerato en riñas callejeras. El viejo se defendía bonito, y me hizo frente por unos minutos, pero como la vecina se dio cuenta del percance empezó a chillar y su marido llamó a la policía que llegó a paso de velocista, justo cuando mi esposa llegaba tambien debido a que en el trabajo la oyeron estornudar mucho y la mandaron para la casa antes de que contagiara a las otras culonas.

Se volvió como loca cuando vio su rosal en el suelo y acusó al güirero, a quien dejaron preso por el tejemeneje conmigo y por haber dañado el jardín ajeno, aparte de que hasta a los tongos les tocó parte del discurso en contra de la población femenina. Al día siguiente, tempranito, la mujer de él vino a la casa a rogarle que retiráramos la acusación; me tocó atenderla solo porque mi esposa andaba por el médico. Me dijo que su marido había sufrido tres cornadas en la misma cama marital, y que por eso era tan amargado. Me contó también que a ella todos los días la insultaba, y que antes de tirársela la sacudía gritándole ‘eres una gran perra, todas son perras'. Le pregunté que por qué no lo dejaba, y me dijo sensualmente, tocándose los pezones ‘porque es muy duro estirar en la noche la mano y hallar una cama vacía'.

Esa misma tarde le saqué al marido de la chirola, pero ahora, cada lunes, en mi día libre, mientras el amargado sale a cortar la hierba de los patios ajenos, yo le goloseo de lo lindo a su mujer, para que siga diciendo, con ganas y razón, que todas son unas quemonas.

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Grosero: Seguro que tu mujer cuida más su jardín que a ti mismo.

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Insaciables: No les vale tener paloma todos los días.

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