El préstamo
- domingo 21 de septiembre de 2014 - 12:00 AM
Arnulfo no contestó cuando Etelvina le preguntó cuánto había pedido en el banco. El hombre pareció haberse quedado sordo y siguió vistiéndose como si nadie le hubiera hablado. ¿Cuánto?, preguntó ella otra vez. ¿Cuánto qué?, dijo Arnulfo.
No te hagas, pero si no quieres, no me contestes, yo sé cómo enterarme, recuerda que yo no hablo, yo actúo, comentó Etelvina, y a diferencia de otras veces, en un segundo quedó lista para ir con su marido al banco. Se arrepintió poco después, porque la encargada de entregarle el cheque a Arnulfo le preguntó, aparentemente con la intención de ser amable, ¿es su mamá, señor Arnulfo? La respuesta de él, ‘no, no’, enfureció más a Etelvina, quien sintió que el local daba vueltas y que todo se le venía encima. Le dieron ganas de agarrar a la empleada y hacerle un blower a punta de halones, pero no pudo concretar su deseo. Una sensación de muerte la embargaba cuando salió de allí, con su marido, con quien se desquitó el sabor a cobre que le quemaba la garganta: ‘Por qué diablos no le dijiste que soy tu esposa, tenías que haberme defendido, no salir con un ‘no, no’, como si yo fuera cualquier cosa’, le gritaba mientras lo sacudía con tanta violencia que todos los transeúntes lo miraban con lástima.
El ‘no, no’ le salió caro, Etelvina pidió dejar varios billetes en los almacenes y lo castigó con lo que él más detestaba: esperar afuera de los vestidores, mientras, ella se probaba un montón de vestidos. ‘Eso no te luce, eso es para culonas’, le dijo cuando su mujer salió por quinta vez para que él aprobara un pantalón de moda. ‘Me lo voy a comprar’, dijo ella y él encogió los hombros en señal de ‘haz lo que te dé la gana’. Y aprovechó, cuando ella entró otra vez con cinco pantalones debajo del brazo, para coger camino a comprarle un acordeón cosita al hijo de su amante. ‘Déme el más caro, es para una persona muy especial’, dijo Arnulfo y salió con el instrumento, dispuesto a esconderlo en el carro, pero no pudo llegar lejos, porque Etelvina pegó el grito al cielo cuando salió y no lo vio, por lo que dejó los pantalones tirados y empezó a buscarlo con tanta suerte que lo divisó a lo lejos. Le extrañó verlo con ese aparato, por lo que se llenó de celos y lo persiguió hasta alcanzarlo.
¿Para quién es esa vaina?, gritaba. ‘Es para mí’, contestaba Arnulfo, pero Etelvina lo enfrentaba con un ‘no mientas, a ti nunca te ha gustado el pindín’; formaron otro lerelere descomunal, ella afanada en quitarle el acordeón y él luchando por lo contrario. En medio del forcejeo, ella hizo que trastabillara una doñita que iba cargada de paquetes; la reacción del hijo de la señora fue violenta, y no tardó en enfrentarse con Arnulfo en un combate parejo que duró hasta que vinieron los policías a poner orden. Nadie supo dar cuenta del acordeón ni de los paquetes de la doñita, y le tocó a Arnulfo pagar los daños. El resto del dinero lo cogió Etelvina, quien no le daba ni un centavito si ella no aprobaba la compra. La amante no le creyó el incidente y se sintió mucho con él por haber negreado a su retoño. ‘Si no se lo compraste ahora, con el préstamo, nunca se lo comprarás’, decía mientras le señalaba la puerta.