El explagoso
- viernes 14 de febrero de 2014 - 12:00 AM
Daniel no era hombre de detalles. Su niñez transcurrió en un ambiente caldeado por antivalores de toda índole, donde el aprecio por la mujer era un asunto desconocido. Sus actitudes machistas y su rudeza fueron los causantes de que nunca pudiera lograr un acercamiento con Dianeth, la yeyecita del barrio y la única que pisó las aulas universitarias y, tras su paso por ese centro educativo, logró, gracias a sus habilidades y a su diploma, un puesto de cierta jerarquía en una transnacional. El cambio de domicilio fue su primer objetivo. Días antes de la mudanza se despidió de algunos lugareños, a quienes les dio un apretón de manos y les prometió que "cualquier rato" volvía o los llamaba para darles la nueva dirección de su casa.
"Cualquier rato es nunca", comentó visiblemente afectado Daniel cuando regresó de la calle y supo que Dianeth ya no vivía allí. Pasó varios días pinteando y lamentándose hasta que una vecina, que sabía por qué sangraba su corazón, le dijo que si ese era su ideal tenía que luchar por conseguirlo, y que ese era un camino largo pero no imposible. ‘Tienes que hacerte un ‘overhaul’ completo, dejar esas malas costumbres y ponerte a estudiar, aunque sea un curso de idiomas, de informática o de qué sé yo, pero cambiar totalmente’, aseguró la mujer, y el comentario caló en el enamorado no correspondido a quien pronto vieron viajar a sus clases de mandarín, en las que, al principio, tuvo que batallar como un león, no solo con su inteligencia lingüística, sino también con sus actitudes de plagoso. Tuvieron que amenazarlo con retirarlo del curso si no cambiaba su conducta. ‘Quienes aprueben satisfactoriamente el programa es probable que consigan un empleo bien pagado, pero eso va de la mano con la presencia y las maneras de quien busque trabajar con los hermanos del ’País de la Seda’, así que, ¡¡¡Ojo, Daniel!!!’, dijo la instructora.
No tuvo que repetir el cuento, porque al día siguiente Daniel regresó ‘transformado’. Echó abajo la melena y la barba, y, por primera vez en sus 30 años, se puso ropa formal y zapatos. Y renovó también, con mucho brío, el interés por el idioma ajeno. Casi año y medio después de la ida de Dianeth volvió a verla, cuando le dieron un trabajito en la misma empresa donde ella laboraba. Pasaron varias semanas en las que ella lo veía, pero no lo reconocía, hasta que coincidieron a la hora del almuerzo. ‘Dianethcita’, le dijo él tímidamente. ‘¿Daniel?’, respondió ella y lo miró durante varios segundos. ‘No lo puedo creer’, repetía ella mientras él le contaba lo que había hecho tras su partida. El milagro llegó al final de la charla, cuando ella hizo lo que él tanto había soñado: le dio su número de celular. Ni él mismo se lo creía al verse en una floristería encargando un ramo para Dianeth. Pidió que se lo llevaran a la empresa, porque aunque hablaban por celular todos los días, él temía que ella lo rechazara.
El Día de los Enamorados lo encontró nervioso, en espera de saber la reacción de ella cuando recibiera las flores. ‘Wo ai ni, Dianeth, de parte de Daniel, el explagoso’, decía la tarjeta. La mañana le pareció eterna, fue varias veces a Recepción y el ramo seguía allí. No se atrevía a llamarla, por temor de que le dijera algo contrario a lo que esperaba oír en ese día especial. La agonía terminó a las tres de la tarde, cuando oyó a un trabajador vociferar: Dicen que Dianeth, la segunda del jefe, está llorando allá abajo. ‘Y todo porque un chinito cuecón le mandó un ramo de flores con una tarjeta que dice ’te quiero’, qué cuecada’, repetía el necio.
El comentario insensato despertó al tigre que duerme en cada individuo, y Daniel arremetió contra el parlanchín, al cual varios seguridad tuvieron que liberar a viva fuerza. Lo despideron esa misma tarde, pero Dianeth no se apartó de él en ningún momento y lo hizo prometerle que asistiría a terapia para manejar la ira. Su actitud fue la reacción propia de quienes saben que el verdadero amor transita por caminos intrincados que hay que recorrer para fortalecerlo.
¡Feliz Día de San Valentín a quienes tienen a su lado a ese ’complemento’! A los que aún no lo han encontrado, ¡paciencia!, que ya llegará en el momento menos esperado.