El encargo

Yamileth no tuvo la suerte de muchas que se meten con el marido ajeno y a ninguna les tocan ni un pelo. 
  • martes 17 de noviembre de 2015 - 12:00 AM

Yamileth no tuvo la suerte de muchas que se meten con el marido ajeno y a ninguna les tocan ni un pelo. A ella le fue duro porque Paola, la mujer de Jonathan, no se quedó quieta cuando supo que ella pasaba todos los martes metida en el pirata que manejaba este y en cada viaje venía rochándolo y con la mano en el muslo de él, y se cabreó. Fue donde su suegra y la atacó por el lado flaco: ‘Qué tal, doña Sabina, que por ella venir distrayendo a Jonathan él choca un carro ajeno y tenga que pagar ese platal o el dueño del pirata lo bota, o algo peor, él puede distraerse y chocarse y matar a varios pasajeros. Hay que ponerle un stop a esa zorra'.

La suegra la escuchó callada, pero Paola atacó y tocó el corazón de la vieja, le dijo: ‘A mí me da miedo que Jonathan, por culpa de esa zorrita gorda, panzona y mantecosa, raye un carro ajeno y le pase como al tío de una amiga que, por venir romanceando, le pegó a la nave de un cocotudo, el viejo se bajó y con él dos véteros más que se los cogieron a los dos; de esa, él se destaponó y quedó maricón y ella lo dejó; después el hombre se enredó con otro pato que lo usó como mula y ya usted sabe dónde está, dicen que parece un viejo de 80 años'.

La exageración dominó a Sabina, quien lanzó un grito y cayó; las vecinas corrieron curiosas, cuando la desmayada volvió en sí y supieron los porqués del desmayo la ‘aconsejaron' sobre cómo espantar a la zorra que andaba sacando a Jonathan del buen camino. ‘Tiene que darle un susto bellaco, si ninguna de ustedes dos es buena con las manos, páguenle a una comadre mía que vive en la ciudad, a esa no le tiemblan ni la mano ni la boca para sacarle la ñecs a esa zorra', anunció una veci y esa misma tarde se negoció con la capitalina, una mujer gruesa que con su sola estampa metía miedo.

No hay rebaja, le dijo la espantadora a doña Sabina, y exigió el 80% por adelantado; acordaron encontrarse a las siete en punto del martes para que le confirmara si la guial era la que había que pelar. ‘No la peles, solo asústala', le dijo Sabina a la mujer cuando vio subir a Yamileth al busito pirata que manejaba Jonathan y posesionarse del puesto delantero.

La corpulenta capitalina se ubicó detrás del conductor, y apenas llevaban cinco minutos de viaje cuando tronó un ‘deja la rochadera, crees que llevas animales o qué, yo quiero llegar a mi casa, deja eso pa' más tarde, y estos huevones que van a mi lado por qué se dejan meter la yuca, no ven que la fokin gorda esta va entreteniendo al chofer'. Yamileth sintió miedo y se quedó calladita, pero Jonathan le dijo a la pasajera que se bajara o la bajaba él. ‘Ven, ch… de tu madre, ven y bájame', gritó la del encargo, y aquel se bajó dispuesto a cumplir su cometido mientras los pasajeros gritaban y Yamileth le imploraba que no se metiera con ese ‘monstruo'. ‘Cuero diciendo pellejo, tú sí pareces un monstruo, joven, gorda y lentejuda', le gritó la del contrato y de un solo jalón la tiró abajo por la cola de caballo que la intrusa siempre usaba y por la que Paola mil veces había jurado arrastrarla. Jonathan reaccionó con puño, pero la rival le sacó filo y lo hizo recular asustado. En eso llegó la Policía porque el tranque ya iba largo, nadie supo quién llamó al dueño, pero cuando este llegó los pocos pasajeros que aún quedaban le dijeron al ciudadano que era cierto que Jonathan venía rochando y sobando a Yamileth en todo el camino, bótelo antes de que le vuelva m… el bus. Quedó botado y Yamileth lo dejó porque ella es adicta al olor a combustible; sin eso, no se moja.

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  • Escucha: Mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca.
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  • Dato: Todos los martes pasa montada en el pirata.

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